19.

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Shea.
3 meses después.

Esta mañana es distinta al resto.

Toda la noche no he podido dormir ni siquiera un minuto por el constante dolor en mi cabeza. Al principio pensé que sería algo fugaz, pero, claramente no fue así al haber despertado con más intensidad en la parte posterior, justo debajo, en la nuca.

No les he dicho nada a mis papás, de tan solo pensar como se pondrán con decírselos son capaces de exagerar aún más de lo que ya hacen cada mañana con las revisiones indispensables antes de irme.

Así que, frente al espejo adopto una actitud neutra y ahogó las punzadas que amenazan con explotarme la cabeza. Abro la puerta de mi habitación con la mochila colgada en mi hombro y choco con otra pared viviente que no se inmutó en absoluto por mi empujón de frente.

— Buenos días, Shea— dijo como todas las mañanas cada que está enfrente de mi puerta cuando la abro. Si no hubiera caminado con los ojos cerrados por la cegadora luz, lo habría visto.

— Quítate, Aidan, no hay nada de bueno en este día— lo paso de largo para comenzar a bajar las escaleras.

— ¿Qué sucede?— me sigue con prisa. Como si pudiera huir de él.

— Nada que sea de tu interés.

— Shea...

No estoy para tolerar su insistencia en saber siempre qué sucede conmigo, qué es lo que pienso o qué es lo que siento. Es una rutina diaria que comencé a odiar después de haber despertado de mi mejor noche, recuerdo que fue la más eterna de toda mi vida y la que desearía volver a tener ahora con tal de alejarme del resto por un rato.

Al pisar el último escalón ya tengo a mamá con el kit listo para usarlo en menos de cinco minutos e irme para llegar a tiempo a la escuela, hago una mueca tras otra punzada fuerte.

Tuve suerte de que el pinchazo en mi dedo para darle la gota de sangre haya ocultado mi verdadero motivo.

— Vete ya o se te hará tarde— me deja un beso en la frente y me alisa el cabello.

Por instinto me alejo, otra cosa que no tolero en este día es el tacto en esa zona o me pondré a llorar como un bebé sin su chupón.

— Como si no fuera tarde ya— resoplo— vámonos o quédate, me serviría más que te quedaras— me dirigí a Aidan que, de nuevo, rodó los ojos y se cruzó de brazos.

— Lastima que no pueda hacerlo.

Intenta quitarme la mochila apenas dando un paso fuera de la casa, me niego con un gesto amenazador y trato de dejarlo atrás de mí, pero es imposible. Siempre soy yo la que termina persiguiéndolo y él, el que debe esperarme para igual la caminata.

Ninguno habla, tampoco es como si Aidan pudiera decir más de las tres palabras diarias que tiene programadas como un robot.

Dejé de hacerme ilusiones de que podría encargarse por lo menos de hacer menos odiosas mis mañanas, cosa que es imposible ya que Aidan no habla más de lo que le piden, no sonríe ni por cortesía, ni siquiera ríe por algún chiste.

Realmente le queda bastante bien al apodo que pienso decirle de ahora en adelante.

Al llegar a la escuela el ruido de todos los pasillos me abruma tantísimo que me cubro las orejas para disminuir los martillazos en mi cráneo, al parecer también me encogí un poco por el repentino tacto de él cubriendo mis manos que siguen silenciando el ruido intenso a mis oídos frágiles mientras me pregunta que es lo que me sigue pasando.

La Creación Perfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora