Visitas del pasado

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Tras una intensa tarde de compras, Mariela y Santiago pusieron rumbo de vuelta a casa. A través de las ventanillas de un espacioso Toyota plateado que había sido habilitado para hacer funciones de taxi, éstos no perdían detalle de lo que sucedía al otro lado del cristal.
En los últimos años la actividad económica había crecido de forma cuantitativa como resultado de la época de bonanza que vivía Perú en general y Lima en particular. La gente emprendedora que había crecido profesionalmente en el centro de Lima estaba vendiendo sus propiedades allí para iniciar proyectos urbanísticos y empresariales en la periferia de la metrópolis peruana. Santiago miraba atento los transeúntes cargados de bolsas con productos de todo tipo mientras Mariela centraba su atención en la estética de unos restaurantes que se habían abierto recientemente y a los que era imposible acceder sin reserva previa.
Tras poco más de veinte minutos de trayecto llegaron a su destino. Santiago salió en primer lugar apresurado por coger las bolsas de ropa que esperaban en el maletero, con la intención de ayudar a su madre y evitarle así cargar con el peso de la compra. Mientras tanto Mariela abonaba los siete soles que le había cobrado en concepto de tarifa aquél auto que hacía labores de taxi sin licencia, algo muy frecuente en Lima.
Un reloj de pared de tamaño considerable ubicado cerca del comedor marcaba las once de la noche cuando se abrió el portón de la casa. Una melodía que provenía desde el salón logró captar la atención de Mariela nada más poner el pie en el recibidor. Los acordes de un laúd, acompañados del singular sonido de un nay y la percusión de riqqs y darbukas se abrían paso por la estancia creando un entorno que a la joven madre le resultaba del todo familiar a pesar de que aquella música árabe quedara tan lejos para ella, que no había tenido la oportunidad de salir aún de su país natal.
Santiago como una improvisada avanzadilla se encaminó hacia el lugar de donde provenía aquella música tras dejar en el suelo las bolsas que cargaba. En uno de los sofás del salón se encontraba Esteban frente al televisor atento a un documental sobre las tradiciones de la cultura beduina. Aquellos acordes guiaban el paso lento de Mariela quien sin perder detalle trataba de encontrar algún tipo de explicación a ese sentimiento de familiaridad que le producía aquella melodía.
El niño alcanzó el sofá donde descansaba su abuelo para lanzarse sobre sus rodillas abordándolo por sorpresa. –Hola pendejo, ¿ya os habéis quedado sin plata?- preguntaba Esteban a su nieto mientras lo cogía en volandas provocando así las risas juguetonas del crío. Mariela se acercó al lugar donde se encontraba el abuelo con su nieto para sumarse al saludo, pero toda su atención estaba puesta en la televisión. –Hola papi, ¿qué canal es ese que estás viendo?- preguntó intrigada. –Pues mira hijita, hoy vino un técnico para hacer la instalación de la televisión por cable que contraté. Nos ofrecen más de cuatrocientos canales de todo el mundo en abierto y por casualidad di con este canal árabe que está emitiendo un documental sobre unas tribus que vivieron hace muchos años a orillas del rio Jordán.-
Mariela tomó asiento junto a su padre mientras la televisión seguía presentando las costumbres de aquellos guardianes del desierto. A Esteban no le pasó desapercibido el interés que había despertado en su hija. Una vez pudo contener el ímpetu de su nieto, Esteban se centró en conocer qué es lo que la mantenía absorta -¿Qué es lo que despierta tanto interés en ti hijita?-. Mariela comenzó entonces a desprenderse de una fina chaqueta, mientras aprovechaba ese momento para pensar la forma de describirle a su padre lo que estaba sintiendo.
-Papi, ¿recuerdas los sueños que tengo desde niña?- preguntó consciente de que era un tema que habían tratado en numerosas ocasiones. -¿Recuerdas que siempre te he contado que en sueños noto mis pies descalzos corriendo por la arena cálida?.- Esteban descansó entonces su espalda sobre el sofá en que se encontraba, tratando de encontrar una posición más cómoda que le permitiera poner toda la atención en aquello que su hija le estaba contando. –Claro que lo recuerdo hija, en algunas ocasiones he tenido incluso que acudir corriendo a tu habitación al escucharte gritar, pero ¿por qué quieres hablar ahorita de eso?-. Mariela seguía observando con atención cada detalle de los que aparecían frente a ella.
Los tonos ocres y rojos de un paisaje desértico contrastaban con el azul celeste de aquel imponente cielo tan sólo roto en ocasiones por el brillo de un intenso sol reflejado violentamente contra unas escarpadas montañas de granito. Sobre la arena, unas amplias y coloridas jaimas cuidadosamente distribuidas conformaban el campamento donde una treintena de personas atendían una caravana de dromedarios.
Mariela desvió entonces su atención hacia el rostro intrigado de Esteban con la intención de retomar la conversación. –Esa música que ambienta el documental me resulta muy familiar. Esos paisajes... esas indumentarias... no sé por qué noto que ya lo he visto antes. Esteban escuchaba a su hija con semblante reflexivo.- Mira hija, como sabes nuestros cuerpos contienen mucho más que músculos, nervios, órganos... en nuestro interior existe una energía que unos llaman espíritu, otros la llaman alma... pero en definitiva existe algo no físico que vive dentro de nosotros. Esta alma arrastra recuerdos y experiencias antiquísimas con el fin de perfeccionarse para alcanzar un plano mucho más elevado que éste en el que nos encontramos actualmente. Quién sabe hijita si esa alma que tú llevas dentro, en algún momento tuvo relación con esta cultura que estas observando en la pantalla- concluyó Esteban mientras cogía en brazos a su nieto. –Lo que sí es seguro es que este hombrecito que tengo encima necesita descansar ya porque es muy tarde para que todavía esté jugando por aquí-.
Santiago comenzaba a mostrar síntomas de cansancio por lo que Mariela lo cogió entre sus brazos y tras dar un beso a su padre, se encaminó a la segunda planta de la vivienda, donde tenían sus habitaciones. –Mami, ¿puedo dormir esta noche contigo por favor?- preguntó entre bostezos. –Claro que sí hijo, siempre y cuando me dejes un huequito-. El niño, cerró los ojos plácidamente y se dejó transportar por su madre hasta la cama.
Mariela tumbó al chico tras quitarle la ropa para acto seguido hacer ella lo mismo. A través de un gran ventanal en una de las paredes de la habitación y mientras trataba de conciliar el sueño, la mujer observaba el tintineo de las estrellas que granaban el cielo despejado en aquella noche. Los ojos se le comenzaban a cerrar fruto del agotamiento y del estado de relajación que le producía mirar la intermitente luz de aquellos astros que parecían bailar en la infinidad del firmamento.
La música que había escuchado momentos antes comenzaba a hacerse presente en su recuerdo. Con los párpados ya pesados y habiendo perdido totalmente la capacidad para mover el más mínimo músculo, Mariela comenzó a ser envuelta en una sensación de paz que ya conocía, preámbulo de aquellos sueños que acompañaban a la muchacha desde que era bien pequeña. Mariela comenzó a distinguir la silueta de una mujer morena de mediana altura y de curvas marcadas. La misteriosa imagen se levantaba de una amplia cama situada en el centro de una oscura habitación, una estancia de techos altos que resguardaba su intimidad mediante unas vaporosas cortinas blancas sujetas a unas labradas columnas revestidas de estuco. Aquella mujer de negro cabello ondulado parecía perdida, sin saber muy bien dónde se encontraba y por qué. En uno de esos momentos en los que la mujer inspeccionaba la estancia con cierta confusión, las miradas de una y otra se encontraron. Aquellos ojos oscuros se clavaron en la mente de Mariela. Frente a ella una joven de poco más de veinte años, de labios gruesos y piel morena permanecía inmóvil mientras Mariela observaba cada gesto de aquella cara, cada facción... tratando de identificarla, hasta que se reconoció en aquella misteriosa chica a pesar que su físico no tenía nada que ver con el de la limeña.
El reloj despertador que reposaba en la mesita de la cama marcaba las tres y media de la madrugada cuando Mariela escuchó que alguien la llamaba desde la lejanía a la vez que unos pequeños golpecitos en su hombro trataban de despertarla de su sueño. Sin saber muy bien todavía que era lo que estaba sucediendo consiguió identificar la voz de su hijo, quien se había despertado y trataba de hacer que su madre también despertara. Aún con el pulso acelerado y un fino hilo de sudor entre sus pechos, Mariela recuperó la calma y centró su atención en Santiago.
-Mami, tengo un poco de sed, ¿me acompañas a beber agua?-ésta tomó la mano a su hijo y juntos marcharon hasta la cocina mientras el frío suelo en contacto con sus pies le provocaba una agradable sensación de paz, en contraposición al perturbador recuerdo de la arena abrasando su piel. La reconfortante sensación de encontrarse acompañada de su hijo contrastaba con la soledad que la asfixiaba en los sueños. Sin duda dos escenas enfrentadas que parecían pretender equilibrar aquella realidad física de Mariela con alguna otra aún latente en su memoria espiritual.

El resto de la noche transcurrió con normalidad. Santiago despatarrado en la cama de matrimonio de su madre tan sólo le dejaba un pequeño hueco en uno de los extremos. Aquél vaso de agua que compartió con su hijo consiguió calmar de alguna forma sus nervios por lo que le costó poco volver a conciliar el sueño, esta vez mucho más relajado.
Y así durmieron hasta que el sol comenzó a acariciar sus mejillas a eso de las 6 de la mañana que era cuando comenzaba la actividad en aquella casa. Nanys organizaba todo para servir el desayuno mientras Mariela se preparaba para ayudar a Santiago a tomar su taza de avena antes de acompañarlo al colegio donde debía estar a las siete y cuarto. Ya de regreso a casa, Mariela se sentaba a desayunar con sus padres y su tía, con la mente ocupada en los últimos proyectos de obra civil que le habían encargado desarrollar. Tras el último sorbo a una taza de quínoa y aun con media tostada con aguacate por terminar, Mariela se sentó frente al PC donde desarrollaba los planos que le encargaban. Gracias a su soltura con el AUTOCAD, al cabo del día podía llegar a terminar hasta dos planos, dependiendo de la complejidad de estos. Mientras ubicaba las coordenadas en el área de trabajo, a través de la ventana de MSN recibía el saludo de su amigo Pierre, un chico francés que sentía una cierta atracción por la joven. Para Mariela, el MSN era una forma de no perder el contacto con el mundo exterior al estar tan concentrada en sus responsabilidades diarias.
Pierre explicaba a Mariela sus últimos avances en unos esbozos que darían forma posteriormente a lo que sería su hogar, a la vez que le mostraba algunas fotografías del lugar donde vivía, una pequeña aldea de los Alpes franceses que se caracterizaba por una arquitectura donde destacaban unas pequeñas casas de piedra con tejado de pizarra negra. La conversación entre Mariela y Pierre era interrumpida cada poco por distintos contactos de la chica que al verla conectada a su MSN se apresuraban por captar su atención. Mariela, había alcanzado un gran número de amistades a través de distintas redes sociales como Hi5 o Netlog, llegando a un punto donde era incapaz de atender todas las conversaciones que le aparecían.
-Qué lugar más bonito ese donde vives Pierre- afirmaba Mariela mientras contemplaba las fotografías donde destacaban unas imponentes montañas nevadas. Las construcciones de piedra quedaban así totalmente integradas con la poblada naturaleza de aquél lugar. -¿Te gusta de verdad Mariela?- preguntaba el joven francés, consciente de vivir en un entorno bucólico. –Sí, me encanta Pierre, de verdad. Ese rio que cruza tu pueblito es la guinda que le faltaba al pastel- observo la limeña. -¿Te gustaría venir algún día?- preguntaba a modo de tímida invitación aquél chico. -¡Obvio! Me encantaría. Me gustaría muchísimo viajar por Europa y conocer todos aquellos lugares, de hecho ya sabes que tengo previsto viajar a España con Santiago- le recordó la chica. –Sí, lo sé. Sería una ocasión perfecta para que pudieras visitar mi ciudad, España está relativamente cerca de donde vivo.-
La conversación entre la limeña y el francés seguía abordando una posible visita que les facilitara a ambos poder conocerse, hasta que finalmente llegaron las diez de la mañana hora en Perú cuando el teléfono móvil de Mariela sonó.
-Pierre lo siento mucho pero tengo que dejarte. Me está llamando mi hermana Marina y tengo que atender su llamada- se explicó Mariela. –Claro, no te preocupes, podemos seguir conversando en otro momento si te parece- señaló Pierre.
–Ok, hablamos pronto Pierre. Un beso- se despidió Mariela finalmente.

Cuando volvamos a nacer  -parte I-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora