El Último Compás del Corazón Roto.

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En la neblinosa y enigmática época victoriana, en un rincón olvidado de Londres, vivía un músico talentoso conocido como Edward Armitage. Era un hombre enigmático, con cabellos enmarcando su rostro pálido y ojos profundos que reflejaban la melodía que habitaba en su interior. Edward buscaba incansablemente crear la canción perfecta que cautivara el corazón de su amada.

Dedicando días y noches enteras a su piano, sus dedos danzaban sobre las teclas como hojas de otoño arrastradas por el viento. Las melodías fluían de sus manos, como susurros que acariciaban el alma. Su pasión lo impulsaba a soñar con encontrar la armonía suprema que pudiera conquistar el corazón de su amada, Emily.

No obstante, una fría mañana, el destino trajo una sombra inesperada a su camino. Al adentrarse en el salón donde solían juntarse en secreto, Edward encontró a Emily en compañía de otro hombre. Sus corazones danzaban al son de risas y miradas cargadas de complicidad. El desamparo se hizo presente en el joven músico, sintiendo cómo su mundo perfecto se desmoronaba.

Desde aquel momento, Edward se vio envuelto en una tormenta emocional. Cada nota que surgía de su piano ahora se teñía de tristeza y nostalgia. Mientras sus dedos se deslizaban sobre las teclas, su corazón sangraba por el amor perdido, y las notas se convertían en lágrimas sonoras que inundaban su morada solitaria.

La música se convirtió en su única compañera, en la confidente de sus penas más profundas. Cada acorde hablaba de su desamor, de la pasión inalcanzable y de los sueños rotos. Los días pasaban como un triste compás repetitivo, y Edward, en su afán de encontrar consuelo, buscaba refugio en sus melodías impregnadas de añoranza y desesperanza.

Sin embargo, la vida es sabia y siempre guarda sorpresas en su regazo. En una tarde lluviosa, mientras Edward tocaba un lamento melancólico, una suave melodía emergió del otro lado de la puerta. Un aura mística parecía envolver la sala, y Edward abrió su puerta expectante.

Frente a él, se encontraba Emily, con la mirada empañada de lágrimas y el semblante abatido. Su pretendiente había partido en busca de fortuna lejos de aquellas tierras. La tristeza se reflejaba en sus ojos, y Edward se dio cuenta de que, aunque su corazón ansiaba arder por ella, ahora solo podía ofrecerle sus canciones y palabras a través de su música.

En un acto de valentía y resignación, Edward comenzó a tocar una melodía especial, llena de esperanza y despedida. Sus dedos bailaban con pasión sobre el piano, mientras las notas resonaban en el ambiente como un puente hacia nuevos horizontes. La canción expresaba su amor eterno, pero también su aceptación de la realidad.

Emily, con lágrimas aún deslizándose por sus mejillas, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. En ese instante, Edward comprendió que su canción perfecta no era para conquistar su corazón, sino para dejarla ir, para permitirle ser feliz lejos de sus garras ensombrecidas por el desamor.

El músico victoriano, con el alma herida pero libre, continuó tocando su piano con renovado ímpetu y determinación. A través de sus melodías, cautivó a aquellos que escuchaban, regalándoles un pedazo de su corazón roto y su espíritu indomable. La canción de Edward se convirtió en su voz, en su consuelo y en su forma de amar sin poseer.

Y así, mientras el viento susurraba nostalgias en las calles victorianas, Edward Armitage encontró un nuevo propósito en su música, sanando poco a poco las heridas que el amor le había dejado en el camino. Su melodía resplandecía en el aire, invitando a otros corazones a compartir sus penas y alegrías, mientras él mismo se perdía en los ecos de su piano, emprendiendo un viaje para redescubrirse a sí mismo.

Relatos De Una Antología-Los Cuentos Poema.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora