En un pueblecito donde las sombras danzan con el atardecer y la luz parece nacer más de los susurros antiguos que del propio sol, vivía una niña llamada Alma. Era conocida por sus ojos tan profundos y observadores que parecían abarcar estrellas lejanas y secretos eternos; ojos que no sólo veían el mundo sino que le hacían preguntas.
Cierta vez, cuando el otoño teñía de melancolía los corazones de los chopos, Alma decidió seguir el vuelo errante de una mariposa cuyas alas eran tan negras como la noche sin luna. Era conocida en la aldea la leyenda de estas mariposas: heraldos que entre sus alas de abismo llevan mensajes de otros mundos, de espacios liminales donde lo real y lo onírico se confunden en un abrazo etéreo.
La mariposa danzó por el aire, llevando a Alma más allá de los campos de trigo, donde los espantapájaros miraban con ojos vacíos, hasta el Viejo Bosque, cuyos senderos parecían susurrar y retorcerse en lenguajes antiguos. Ahí, Alma se perdió.
El sendero había desaparecido detrás de ella, como tragado por la tierra misma. Ante ella se alzaba un umbral. Un arco antiguo de piedra que parecía respirar, cubierto de musgo y líquenes, y en el aire, un susurro de voces susurrosas. Alma, impulsada por una curiosidad feroz y sin temor al susurro de las sombras, cruzó.
El otro lado parloteaba con los colores marchitos de un crepúsculo perpetuo. Árboles retorcidos, bajo los cuales acechaban figuras apenas percibidas, sombras más oscuras en la oscuridad, ojos fugaces que se escondían más rápido que el parpadeo. Alma sintió un frío que no venía del aire, sino de las miradas que se cernían sobre ella.
"A dónde me has traído", preguntó Alma a la mariposa negra que ya no estaba.
Una voz respondió, rasposa como hojas secas arrastradas por el viento:
"A la tierra que yace entre los suspiros del mundo; el espacio liminal que te observa con mil ojos."
Alma se volteó hacia la voz y vio una figura envuelta en una capa de sombras, con una máscara blanca que le ocultaba el rostro, pero no los ojos, que eran pozos sin fondo.
"¿Quién eres?", preguntó Alma, su voz tranquila pero su corazón latiendo como un tambor de guerra.
"Un morador de este entreacto, un guía para aquellos que cruzan sin ser llamados."
El guía extendió una mano, pero Alma, instintiva, retrocedió.
"No. Quiero volver", dijo, pero su voz era devorada por las sombras más rápido de lo que el sonido podía viajar.
"El regreso no es tarea fácil, y la mayoría se pierde en el intento. Pero te ofrezco un juego: si consigues alcanzar el faro del olvido antes de la tercera luna rota, podrás volver al mundo de la luz y la carne."
Alma miró al cielo y vio lunas fragmentadas esparcidas como joyas en un terciopelo negro, algunas incompletas, otras resquebrajadas.
"Y si fallo..."
El guía inclinó la cabeza, "Entonces serás uno con las sombras y los susurros."
Sin más elección que jugar, Alma asintió. Empezó a correr en el bosque que no era bosque, entre árboles que eran figuras retorcidas. A lo lejos, el faro proyectaba una luz enfermiza sobre el cielo imposible.
Voces susurraban en un coro desafinado, advirtiéndole, tentándola, tratando de desviarla. "Ven con nosotros", decían las sombras. "Quédate", susurraban los ojos ocultos.
Pero Alma corría, porque recordaba el calor del hogar y la luz del sol que no necesitaba ser susurrada en el mundo.
La travesía era un laberinto de miedo y belleza oscura, cada árbol un guardián, cada sombra una promesa de olvido. Alma encontraba figuras atrapadas en danzas macabras, criaturas con sonrisas demasiado anchas, y lagos cuyas aguas eran como el cristal de la noche.
Con cada luna rota que caía, la urgencia crepitaba en sus talones. La segunda luna rota descendió y el faro parecía ahora más lejano, una burla titilante en la distancia.
Fue entonces cuando el guía apareció de nuevo, deslizándose entre las sombras.
"El tiempo se agota", dijo sin voz, la máscara blanca reflejando luz y oscuridad.
Alma, casi sin aliento, pudo ver la verdadera forma del faro. No era una torre de salvación, sino un árbol monumental, retorcido de tal manera que parecía gritar al cielo. Sus ramas alcanzaban las lunas rotas, atrapándolas en su enredadera de madera.
Con un último esfuerzo, Alma alcanzó el árbol y tocó su corteza. La realidad se fracturó y ella cayó a través de estrellas y sombras, hasta que las sombras se disiparon y las estrellas se convirtieron en los ojos de su madre, que la miraban con lágrimas de alivio.
"¡Alma!", exclamó su madre, sosteniéndola en un abrazo tan cálido que borró el frío del espacio liminal.
"Fue un sueño", susurró Alma, pero al abrir la mano encontró una pluma negra como la mariposa que la había guiado hacia el umbral. Un recuerdo, un susurro tangible de un mundo entre mundos.
La niña nunca más siguió mariposas negras, pero aprendió a mirar las sombras no con miedo, sino con el respeto de quien ha visto lo que yace en los márgenes del mundo, en aquellos espacios donde incluso la oscuridad teme mirar. Y en las noches claras, cuando el cielo se llenaba de estrellas y el mundo parecía contar sus secretos, Alma se preguntaba qué otros misterios habrían más allá de ese umbral, esperando ser descubiertos por aquellos lo suficientemente valientes para buscarlos.
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Relatos De Una Antología-Los Cuentos Poema.
De TodoCompuesto por una variedad de cuentos y relatos en forma de poema. Cada historia transporta al lector a un mundo diferente, explorando temas de amor❤️, tristeza😔, miedo😱 y fantasía✨. "Los relatos de una antología-los cuentos poema" es una colecció...