𝖀𝖓𝖐𝖎𝖑𝖑𝖆𝖇𝖑𝖊𝖘

17 5 0
                                    

TW: Suicidio y autolesión.

Frank sabía cómo se sentían las llamas del infierno metiéndose en su piel, quemándolo hasta el interior y consumiendo la vida de su mirada. Sabe cómo se siente quemarse en el infierno y no es ninguna metáfora. Había percibido esa sensación, ese terror, pero sabía que, si le contaba a alguien, iban a tomarlo por loco y probablemente lo era, para ese punto ni siquiera él podía estar seguro de no estar cayendo en la locura.

El ángel de la muerte lo había arrastrado al infierno y él lo había disfrutado.

Sus dedos pasaron sobre el frío metal del arma como si intentara familiarizarse con ella a pesar de que aquello no hacía falta. Estaba bastante acostumbrado a la helada sensación que le producía sostener la pesada arma entre sus manos.

Llevaba la mitad de su vida siendo detective, buscando gente que no quería ser encontrada, persiguiendo asesinos e intentando no terminar con la garganta abierta de oreja a oreja en el proceso.

Alzó el cañón y apretó el gatillo con delicadeza, casi como si temiera que se rompiera con el más mínimo uso de fuerza. El cargador terminó vacío y cada bala dio en el blanco, justo como había planeado.

Hacía dos años que había muerto, le habían disparado y acabado con su vida. Cerró sus ojos y exhalo con fuerza. Una sola bala bastaba para arrancarle la vida a alguien, ese alguien había sido Frank.

El metal atravesó su piel como si no fuera nada. Ardía, dolía y quemaba, así se sentía ser disparado. Sabía que eran sus últimos segundos en ese mundo y estaba enojado, se sentía enojado por terminar su vida de esa manera, aún tenía muchas cosas pendientes, no quería morir, no quería morir así, pero la sangre no dejaba de salir, aunque aplicaba presión a la herida de su abdomen con ambas manos.

Lo sabía, sabía que se había terminado. Podía sentirlo mientras se encontraba en el suelo de aquella casa, escuchaba las voces de sus compañeros, pero no podía distinguir de dónde venían. Pobre Frank, moriría solo, asustado y confundido.

Era lo que siempre había temido. Detestaba la idea de morir solo, no solo no había nadie a su lado en ese momento para sostener su mano hasta que el último aliento finalmente abandonara sus labios, no tenía la oportunidad de decir a nadie unas palabras de despedida si no que tampoco había alguien que le fuese a extrañar.

Nadie llevaría flores a su tumba, nadie iba a recordarlo. Había estado solo en vida y en la muerte lo estaría también. Le hacía sentir vacío y le recordaba la tortura que había sido estar vivo e intentar ser alguien en la vida.

Alguien se acercaba por el pasillo, no hablaba, solo podía distinguir sus pasos calmados. El ruido de unos tacones fue lo último que pudo percibir antes de morir.

En ese preciso momento murió, o al menos se suponía que debería haberlo hecho pero ese ángel decidió que aún no era momento y le devolvió la vida. No estaba seguro de si eso había sido una segunda oportunidad, un regalo divino o un castigo.

Desde ese día deseaba ver al ángel de la muerte de nuevo. Se sentía enganchado a él, había algo que quería quedarse cerca. Le tomó un tiempo, pero terminó aclarando su cabeza; estaba enamorado del ángel y estaba consciente de lo poco normal que eso sonaba.

Después de haber sido enviado de regreso por el ángel, despertó en una habitación de hospital. Todavía era capaz de sentir el humo en su pecho, pero intentó convencerse de que todo había sido una alucinación, que jamás llegó al infierno, que los ojos completamente blancos de aquel ser no se hubiesen abierto paso por su alma apenas se encontró con él.

𝕴𝖊𝖗𝖔𝖜𝖊𝖊𝖓 | 𝕱𝖗𝖊𝖗𝖆𝖗𝖉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora