Capitulo 1

64 4 0
                                    

Sudor, suciedad, quejas, frío, calor, respiraciones aceleradas, rostros rojos, soldados desmayados, gritos. En eso se basa mi día a día desde que regrese, tuve fe de que las cosas no cambiarían a mi regreso, pero ya veo que mi fe es tan frágil como el pene del chico con quien folle hace un mes, en fin, una total mierda.

En estos momentos me encuentro en la base de la AMSF entrenando a mis soldados, unos debiluchos incapaces de hacer doscientas flexiones de brazos.

—Dele soldado Kepner, hasta mi abuela que en paz descansa haría más flexiones que usted— lo animo con voz dura.

Veo como el soldado que está bajo mis pies me mira con miedo haciendo flexiones mientras gotas de sudor caen de su frente al suelo. Tan solo pienso como mierda fue que llegaron acá, solo llevamos entrenando cinco horas.

Peleles.

Me mantengo firme presionando a mis soldados, y no mentiré diciendo que no me gusta que me miren como lo hacen, con miedo, pero a la vez con mucho respeto y admiración, porque saben al igual que todo el mundo, que de cuando entrenamientos se trata soy la más perra de todos, no los dejo ir hasta que los veo completamente destruidos, con cada musculo de sus cuerpos chillándoles de dolor, y es que en mi mente no está la idea de crear simples soldados, para eso se unen a otra entidad, aquí, yo los convertiré en titanes.

Camino al lado de los hombres y mujeres de mi pelotón, divisando la manera en que ejecutan el ejercicio. Me detengo al costado de uno de los tantos soldados que tengo a mi cargo y poso mi pie en su espalda y con fuerza lo hago bajar hasta donde el ejercicio amerita.

—Sube— le ordeno manteniendo mi pie en su espalda y ejerciendo presión. Observo su vano intento de hacerlo, pero lo único que consigue es terminar tirado en el suelo. Aparto mi pie y con una simple mirada, se levanta y comienza a dar las diez vueltas por la cancha.

Me volteo a mirar a los demás y los encuentro a todos observándome como si del diablo se tratara, estoy segura de que más de uno debe de tener un muñeco vudú con mi cara y debe de enterrarle un cuchillo justo en el centro del pecho todas las noches.

—No recuerdo haberles dicho que el ejercicio termino.

Y con esas palabras los vuelvo a tener en el suelo haciendo las flexiones correspondientes del día.

Los minutos pasan bajo el resplandeciente sol, mi piel se encuentra cubierta por una fina capa de sudor y mi persona es observada por cientos de pares de ojos que suplican que su tortura cese.

¡Ja! sigan soñando.

—Aceleren el paso soldados, sino quieren que le agregue cien flexiones más a la serie.

Escucho el quejido de varios, pero no se detienen, solo acatan la orden.

Me volteo dándoles la espalda a sabiendas de que aprovecharan mi supuesto descuido para descansar. Repaso a mi alrededor, vislumbrando la mirada de soldados pertenecientes a otros pelotones que sin descaro alguno me devoran con la mirada, el deseo es palpable en ellos, pero no tengo mucho que hacer con ello al respecto, porque al final del día solo pueden ver, pero no tocar.

Día a día soy testigo de miradas como la que estos soldados me dedican, de halagos respecto a mi belleza y cortejos de varios hombres de diferentes rangos de la entidad, pero nada de ello me asombra, desde pequeña tengo claridad de que mi hermosura destaca entre los demás y que cuando creciera tendría a varios detrás de mí lamiendo el suelo por el cual camino, porque yo jamás pasaría desapercibida.

Mi metro setenta y siete es un gran atractivo entre los hombres, pero no es ello lo que destaca de mí, sino el inusual color de mis ojos, una mezcla de jade y esmeralda con destellos de azul cielo, consiguiendo así una mirada hipnotizante tan característica de las Weigel—herencia materna— que resalta aún más con mi cabello negro azabache de suaves ondas que me llega hasta los hombros, ya que hace dos años tome la decisión de cortármelo para borrar recuerdos que me atormentan.

CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora