Capitulo 17

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Nos dirigimos de regreso a New York, tras asegurarnos de que toda la carga fue destruida. Todo sucedió muy rápido; en un momento estaba subiendo las escaleras con la mirada fija en los antonegras, y al siguiente, éramos arrastrados por la corriente de la explosión.

Aún me siento aterrorizada. Aunque el corazón ya no late desbocado, todavía puedo sentirlo martillear con fuerza en mi pecho. Mis manos aún tiemblan ligeramente, y trato de mantenerlas ocultas para no mostrar mi vulnerabilidad. Mi respiración se ha calmado, pero sigue siendo más rápida de lo normal, como si mi cuerpo aún no pudiera relajarse por completo.

Me siento frágil y desprotegida, dos sensaciones que no había experimentado desde que me liberé del italiano, y es horrible, me llena de rabia.

— ¿Te encuentras bien? — me pregunta Mason, mientras pilotea el avión junta a mí.

—Sí— respondo con cansancio.

—Fue extraño lo que ocurrió en el barco, pude ver como se apartaban de sus caminos mientras corrian hacia el avión— comenta, mirándome de reojo.

—Si, lo fue.

Nueve horas después aterrizamos en la pista de la central. Son las cinco de la mañana, el sol está comenzando a ponerse en el cielo. Ya varios de mis amigos se han ido a sus casas a descansar.

—Nena ¿nos vamos? — pregunta Charlotte, entrando en la habitación con un té de matcha.

—No, me quedaré, debo de hacer algo— contesto, recogiendo mi cabello en una coleta.

— ¿Qué debes de hacer a las cinco de la mañana? — cuestiona, llevando una de sus manos a su cadera y dedicandome una mirada inquisitiva.

—Continuar con mi trabajo, tengo una interrogación pendiente— digo, saliendo de la habitación con Charlotte siguiendome el paso.

—Keira— me llama, pero no detengo mi andar —Estas cansada, piloteaste durante diez horas. Vamos a casa— insiste.

Me doy vuelta, quedando frente a ella. Doy un par de pasos, acercándome.

—Nos vemos en casa— digo, despositando un beso en su coronilla. 

Retomo mi andar, encaminandome a las prisiones de la central.

Cruzo el patio, que está casi vacio, solamente se encuentran los guardias, quienes están haciendo sus rondas. Atravieso las canchas, llegando a una puerta de metal. Anoto la contraseña y está inmediatamente se abre, dandome el paso. Bajo las escaleras, que son más de mil, hasta que llego a un cuarto poco iluminado.

—Mi teniente— habla el hombre que se encuentra de turno, saliendo del cubiculo con la camisa fuera de su pantalón y el rostro pálido.

—Con el prisionero Cristian Ávila— digo, sin detenerme a mirar más de la cuenta a su compañera escondida detrás de la mesa.

—Por supuesto, haré que trasladen al prisionero a la sala de interrogatorio— corre a avisar por el telefono, mientras intenta arreglarse la camisa —Listo, mi teniente.

Regresa conmigo y me guía hacia la sala.

—Déjeme sola, y cualquier grito que oiga, no se preocupe, no es de su incumbencia, al igual que no es de la mía saber por qué esta follando con su colega en horas de trabajo.

El chico vuelve a palidecer, y hace el vano intento de dar explicaciones, pero no lo escucho. Abro la puerta y me adentro, cerrando tras de mí.

Encuentro a un hombre de cabello castaño oscuro, que lo trae sujeto en una cola, atado de las muñecas a los apoyabrazos y por lo que vislumbro se encuentra en un perfecto estado, limpio y sin una herida. Por ahora.

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