Capítulo 18

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Su fuerte brazo envuelve mi cintura con firmeza, su pecho apoyado en mi espalda se eleva ligeramente cada vez que respira y sus piernas entrelazadas con las mías se mueven inconscientemente en busca de contacto.

La palabra «desconocido» ronda en mi mente al procesar la escena. En estos últimos tres años, jamás he estado así con alguien, jamás me lo permití, porque nunca sentí la tranquilidad de que al despertar nada me ocurriría, de que yo estaría bien.

Me volteo con cuidado de no despertarlo. Se queja en sus sueños mientras acomoda su brazo en mi cuerpo dejando la palma de su mano en mi espalda y su rostro sereno a centímetros del mío, permitiéndome apreciar cada detalle de él.

Sus largas pestañas ennegrecidas, un tanto rizadas y en abundancia decoran el borde de sus parpados. Sus labios entreabiertos de un tinte rojo coral invitan a ser besados. Un lunar del tamaño de un grano de arroz adorna su mejilla derecha y la creciente barba le da un aspecto más provocativo.

—¿Quién es la acosadora ahora? — dice con voz ronca y aún adormilada.

Abre lentamente sus parpados, dejándome ver poco a poco sus hermosos ojos, su fascinante tormenta.

—No te estaba mirando, tan solo dormía con los ojos abiertos— digo, acomodándome de espaldas para poder mirar al techo.

—Si obvio, y yo soy tan sociable.

—No, en definitiva, no.

Suelto un suspiro, liberandome de su agarre y, con un ligero impulso, me siento en la cama.

Aprecio por primera vez su habitación, la cual es mucho más espaciosa que la de invitados. Sus colores predominantes son el negro y el gris, aunque tiene pequeños toques de blanco. No tiene televisor, pero si un enorme estante lleno de libros y con un cuadro a su costado, la pintura es de un niño recostado en el césped leyendo el principito.

— ¿Puedo usar la ducha? — le pregunto y responde con un asentimiento de cabeza.

Aparto las sábanas y me levanto de la cama dirigiéndome al baño que se haya en el rincón de la habitación.

Entro en él y lo primero que hago es vaciar mi vejiga. Me lavo las manos y luego hago el amago de lavarme los dientes. Me acerco a la regadera y enciendo el agua.

Me restriego las manos en la cara antes de sacarme la polera, pero cuando estoy por hacerlo, el sonido de la puerta me sorprende y lo hace aún más al ver a Jayden acercase a mí y empujarme hacia la ducha, dejándome contra la pared.

— ¿Qué haces? — pregunto desconcertada, mirando cómo humedece sus labios antes de acercarse a los míos, pero se detiene a escasos centímetros. Sus ojos grises me contemplan con una expresión indescifrable, mientras su pecho sube y baja con fuerza.

—Tus labios son una puta tortura, petisa— dice, llevando su pulgar a ellos y acariciandolos con delicadeza.

Mi corazón se detiene en ese mismo instante.

—¿Por qué mierda decidiste jugar?— murmura más para sí mismo.

No deja de recorrer el borde de mis labios, y el nerviosismo me hace humedecerlos, provocando que roce su dedo, un gran error. Sus ojos, antes de un gris natural, se oscurecen hasta convertirse en un negro profundo que envuelve cada rincón.

—¿Sabes a que vine? — pregunta y no respondo. Estoy congelada —A follarte—murmura, haciendo que mi corazón de un vuelco y que mis piernas se conviertan en gelatina —Dije que lo haría y eso haré.

Finalmente pierde el control. Se apodera de mis labios con urgencia, adentrando su lengua que rápidamente acaricia la mía con salvajismo. El volver a sentir el contacto del frio metal me hace liberar un gemido en su boca provocando que sus manos me agarren firmemente de la cintura.

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