Rebecca en multimedia
Observo bajar del auto a un chico alto, que facilmente debe de rondar el metro ochenta y siete. Su cabello desordenado cae sobre su frente, con un mechón rebelde. Sus labios, de un rojo carmesí y notablemente carnosos, contrastan con el tono de su piel. Las cejas tupidas y bien definidas enmarcan sus ojos, añadiendo un aire de intensidad a su mirada.
—Lo que me faltaba— murmuro para mi misma.
Jayden, el hermano de en medio de los O'Conner camina hacia mí con un semblante inexpresivo.
Cuando se detiene a unos escasos metros de mí, puedo apreciar sus ojos grises, que, a comparación de los de su hermano, estos tienen motas azules. Su mirada es cautivante, es como si en ellos hubiera una tormenta catastrófica y los destellos azules fueran los rayos que te atraviesan. Es una mirada que desprende incertidumbre, caos, pero a la vez nada.
No puedo evitar seguir detallándolo y es que en las fotos que vi de él, no parecía tan atractivo como lo es en persona.
¿Atractivo? si es un maldito sexy dios del olimpo.
Bueno... sí, tienes razón, ahora cállate.
Cilliti. Que pesada.
Sigo esperando a que él hable, pero no veo ni la intención de que quiera hacerlo.
—Estoy bien, muchas gracias por preguntar— digo esbozando una sonrisa sarcástica.
—Tú te atravesaste— me responde tranquilo con una voz áspera y suave, esas voces que son moja bragas.
¡Ay chinga tu madre, yo no me caí, me lancé...! ¡sin paracaídas y desnuda!
—Sí, eso no lo voy a negar, pero no te costaba nada preguntar si estoy bien.
—Pues ya me respondiste— habla sin mostrar ni una pizca de preocupación —Y veo que tienes todas las partes de tu cuerpo donde deben de estar, así que me retiró.
—Gracias por la amabilidad— le digo cuando ya se está subiendo a su auto.
—Adiós petisa.
¿En verdad me dijo petisa?
—Imbécil— bufo.
Con lo que he visto de los O'Conner puedo asegurar de que no me están agradando mucho, a excepción de Michael, que parece ser el único amigable de los tres.
Llego a casa después de quince minutos y me dirijo a la cocina a servirme un vaso de agua, luego voy al salón y me siento en uno de los sillones para llamar a Aria.
—Hola— la saludo cuando al segundo tono contesta.
—Hola pulga— me saluda con el apodo que mi familia me bautizo desde pequeña, ya que siempre he sido muy apegada con todos, como una pulga —Cuéntame cómo van las cosas en Boston.
Nos quedamos hablando durante dos horas donde le cuento de mi llegada a Boston, de cómo es la ciudad, de la casa donde nos estamos quedando, la universidad y de los hermanos O'Conner, de la manera en que nos conocimos. Luego nos despedimos, ya que saldrá con Iván al cine, su novio. Un morocho de un metro ochenta y cuatro, de cabello negro que lo trae al ras, nariz ancha y recta, y ojos negros encapuchados, con un cuerpo muy bien trabajado y libre de tinta.
Siendo sinceras me cae mal, es un maldito machista al igual que su familia, siempre mirando en menos el poder de una mujer y encasillándolas en que solo servimos únicamente para velar por el bienestar de nuestro marido e hijos, que debemos estar siempre dispuestas para lo que él nos pida y mantener la boca cerrada porque así nos vemos más bonitas.
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Cenizas
ActionUna teniente con el alma rota. Un universitario que no cree en el amor. Una amazona con la armadura en alto dispuesta a destruir a cualquiera que amenace su calma. Un dios que no teme a atravesar la peor de las tormetas con tal de alejar a quien qu...