[23]El malo

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Dedicado a GinaMoreno490

 

ANGELIQUE

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ANGELIQUE

Cuando era frágil e inocente solía creer que encima de mi armario había un monstruo esperando que se apagaran las luces para poder salir de su escondite para atacarme, todas las noches pedía que no cerraran la puerta para que la luz del exterior se filtrara por el espacio, era como si aquella luz resplandeciente fuera mi escudo protector para que él no se acercara lo suficiente. Muchas veces me desvelé vigilando que no hubiera un solo movimiento desde lo alto del cuadro de madera, muchas veces intenté protegerme de lo que sea que me hiciera aquel ser que jamás había visto pero que sabía que estaba ahí. El monstruo del armario fue el primero al que le tuve miedo, del que me cuidé y del que salí ilesa.

El miedo siempre fue parte de mi vida, a muchos de ellos los atribuía a cosas y momentos inexistentes, pero eso maduró cuando llegué a ser toda una señorita. Al crecer mi cuerpo cambió, y también mi mentalidad. Me hicieron crecer en un santiamén, causaron que mi vida ya no fuera la de una adolescente sino la de una persona de más de cuarenta años con una vida desdichada y con altas ganas de morir. Quebrantaron mi inocencia, lo único real y valioso que podrían adquirir de mí.

Después de aquel terror, de aquel momento tortuoso que pasé, el miedo se volvió irreversible, me convirtió en una versión quebrantada de mí misma ocupando la peor para mostrar con todos los que me rodeaban. Posicioné un escudo sobre mi piel para crear una dura coraza, todo con tal de no dejar pasar a nadie, no quería seguir siendo dañada, o quizá, no quería que rebuscaran entre los añicos que quedaban de mí.

«¿Por qué eres así de fría?», solía escucharlos preguntarme, yo lo único que podía responder es que eso había pasado de repente, sin que fuera obligado. Pero yo lo sabía, yo sabía que eso me llevó tiempo, dolor, lágrimas y que tuve que arrancarme el corazón para pisotearlo y así poder aplastarlo para que no tuviera la capacidad de amar nunca más.

Ellos no podrían entenderme, aunque lo quisieran, por más que trataran de fragmentar un trozo de mi coraza para meter la mano e intentar buscar el latido del corazón. Buscaban en vano, tomaban el lugar de aquella madre que solloza pidiendo a gritos que le devuelvan a su hijo muerto. En mí no quedaba más que cenizas, cicatrices, marcas de lo que una vez existió, de lo que una vez fui y se me arrebató.

El trauma vino tiempo después, cuando mi cabeza no pudo soportarlo todo, cuando uno de mis órganos vitales había dejado de latir, aquella condición no se presentaba como un dolor físico, me atacaba justo en mis sueños, al estar inmersa en mi descanso y se reflejaba en ellos como un momento vívido. Yo lo sentía, volvía a recibirse el dolor, y con más nivel de intensidad. En mis sueños veía todo desde afuera, era como si yo fuera un ser sin materia que debía ver lo que me convirtió en esto, el detonante perfecto para corromper un alma. Lo peor de esto es que, las pesadillas no se podían contrarrestar, yo tenía escudos, pero ninguno servía al momento de luchar contra las pesadillas. Se había vuelto un ciclo repetitivo que se calmaba cuando lo deseaba, cuando ya había tomado mi vitalidad, cuando lograba que tomara la decisión de acabar con mi cuerpo de forma física.

EL FUTURO QUE NUNCA LLEGÓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora