[19] Quiero que seas tuya, no de mí

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ANGELIQUE

 
Para cuando llegué al porche de mi casa, Brandon ya se había marchado del lugar y mi madre ya se hallaba adentro. Suspiré dos veces seguidas buscando calmar mi nerviosismo y miedo de lo que mi madre podría decirme, conocía sus arranques de ira muy bien como para imaginarme un poco lo que podía ser de mí, pero aún así no quería que pasara porque nos estábamos llevando tan bien que la costumbre se filtró entre mi ser.

Asomé mi cabeza por la puerta, al no ver a mi progenitora entré cerrando la puerta detrás de mí. Pisé únicamente el primer escalón cuando esa voz masculina llamó mi nombre y tuve que girarme sobre mis talones para enfrentarlo.

Brandon seguía llorando desconsoladamente, y ahora en vez de darme lástima y compasión me generaba hostigamiento y ya empezaba a ver muy patética su actitud. En lugar de ir hacia mí, se dejó caer en el sofá y descansó sus codos sobre sus piernas y tapó su cara con sus manos. Su pecho de nuevo se tambaleó por los sollozos silenciosos, crucé mis brazos sobre mi pecho.

—¿Por qué no te has ido? Ya es tarde—le dije remarcando la última oración.

Pasó el dorso de su mano por su cara roja.

—Esperaba a que cambiaras de decisión y volvieras a casa—apenas fue un susurro.

—Bien, ya regresé. Vete a tu casa. —Me di media vuelta, dispuesta a seguir mi camino, volvió a interrumpir.

—¿Puedo pedirte algo?

—No.—Ascendí un escalón, su voz me detuvo por segunda ocasión.

—Por favor, te juro no molestarte más.

Esbocé un sonido cargado de frustración, lo alcancé y me paré delante de él. Se levantó y, sin poder evitarlo, chocó nuestros labios formando un beso rústico y salvaje. Parpadeé antes de asimilar su beso, cuando pude regresar a la realidad mi mano se alzó y se impactó con fuerza contra su mejilla.

—¡No vuelvas a hacer eso!—sentencié con rabia.

—P-perdón… yo no debí be—

—¡Por supuesto que no! Eres un atrevido que no mide las consecuencias de sus actos.

Sus lágrimas aparecieron otra vez, asintió cabizbajo.

—Me voy—informó pasándome por un lado. Por instinto se detuvo a unos pasos e hizo ademán de querer tocarme el mentón, pero ladeé mi cara con desprecio.

Cuando se fue me encerré en mi habitación procurando dejar con seguro la cerradura, tenía malos presentimientos, los mismos que antes me atormentaban a tal punto de querer quedarme en mi casa todo el tiempo. Era la misma sensación de persecución y paranoia, aunque ésta vez se sentía tan real que me hacía creer que él me atraparía de nuevo, pero que ahora sería distinto porque, si se acercaba a mí, ya no me dejaría escapar.

EL FUTURO QUE NUNCA LLEGÓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora