Capítulo XXXV

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A los dos días, Marceline se encontraba en su habitación, aburrida. Llevaba un gran yeso que le cubría su brazo fracturado. Debía esperar un mes para que sanara por completo ¡Gracias Braco-pito-corto! Por suerte, sus amigas que la habían visitado ayer le contaron que después del incidente expulsaron a Braco del colegio durante una semana y que había recibido una gran reprimenda de la entrenadora. También le contaron con detalle la gran pelea que había tenido con Bonnibel, en la cual la pelirosa le gritaba que era un idiota como unas cien veces. Eso mejoró su día al máximo, el cual era un asco, ya que estaba sin hacer nada porque los profesores decidieron que no era necesario que cumpliera con las tareas asignadas. Respirar no contaba como una actividad. Sólo podía pensar en la ojiceleste y, para ser sincera, también en cómo estarían las cosas en la escuela. Sus pensamientos también viajaban a los pelirojos que adoraba, los Bubblegum la tenían hundida. Su brazo dolía si se daba un golpe o lo sacudía. Así que ella no podía moverse mucho.

Ya era tarde y sus amigas debían de quedarse para el entrenamiento de Cake. Entonces Bonnibel también debería de estar allí, se lamentaba ya que quería ver a la pelirosa. En verdad, quería ir a la escuela, pero Betty era paranoica.

Leyó varios libros durante las últimas horas, pero en algún momento se le cansó la vista, vio la televisión, e intentó hacer cualquier otra cosa que no requiriera utilizar su brazo. Gracias a Glob que era el izquierdo, si no estaría completamente inútil. Ya era tarde noche cuando llegó Betty y la saludó, ella estaba abajo en la cocina mientras Marceline seguía encerrada.

Marceline estaba terminando de usar el ordenador, y llevaba uno de los audífonos, cuando escuchó el timbre. No le prestó mucha atención, ya que debía de ser una visita para Betty. Seguía mirando unos vídeos en YouTube cuando escuchó la voz emocionada de su madre adoptiva.

—¡Cariño, es para ti! —dijo, con la voz alegre, y Marceline frunció el ceño, quintándose los audífonos.

—¿Para mí? —preguntó, gritando para hacerse oír.

—¡Sí, es una amiga tuya! —dijo, aún a gritos, y Marceline se extrañó, una sonrisa estuvo en sus labios, ¿podría ser Fionna?

—¡Ya voy! —exclamó, divertida, sabiendo que Fionna igual subiría.

Pero si fuera ella, ¿Betty no se lo diría como siempre? Digo, ella solo tenía tres mejores amigas.

—¡Tómate tu tiempo, cariño, yo le muestro la casa a Bonnibel! —dijo Betty, riéndose, mientras Marceline se caía de la silla. (¡ALERTA ROJA!)

—¡¿Quién?! —gritó, alarmada, agradeciendo no haberse golpeado el brazo, y salió corriendo por la puerta.

—¡Bonnibel, cariño! ¿No escuchas? ¡Me la llevaré un rato! —dijo su maligna madre mientras Marceline corría por las escaleras.

Marceline prácticamente saltó los escalones y quedó de rodillas frente a la entrada, con el cabello alborotado. Llevaba unos short de lana y una camiseta holgada para dormir. No era la mejor vestimenta para dar saltos mortales.

Se levantó lentamente, ayudándose con la barandilla, hizo una mueca por su brazo, y se encontró con Betty mirándola con desaprobación. Pero sus ojos se clavaron en la pelirosa en la puerta. Bonnibel vestía una falda y una blusa muy linda mientras mostraba a Marceline una sonrisa tímida y sus ojos oscuros brillaban con diversión.

—Marceline, debes tener más cuidado con tu brazo. No quieres volver al hospital, ¿verdad? — advirtió Betty, al notar el rubor en el rostro de su hija, observó cómo miraba a la ojiceleste y aplaudió internamente, ¡era la chica de la cual su bebita estaba enamorada!

—Perdona, Betty, es que... Bonnibel, ¿qué... bueno, que haces aquí? —preguntó, levantándose, mientras se rascaba la cabeza y torcía el cuello.

Rivales | Bubbline | AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora