Primer Año

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Podríamos decir que ser la hija del profesor Severus Snape traía ciertas ventajas consigo

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Podríamos decir que ser la hija del profesor Severus Snape traía ciertas ventajas consigo.

La pequeña niña de tan solo once años estaba fascinada con recorrer los pasillos de aquel encantado castillo, desde que era una bebé había soñado con poder visitarlo.

Su padre le contaba historias antes de irse a dormir en donde se veían reflejados los buenos recuerdos junto a maravillosas enseñanzas que dejaba el lugar.

Layla siempre supo era una bruja, su padre se había encargado de que ella supiera desde un inicio de la existencia de sus poderes. Sin embargo cada vez que la pequeña niña se atrevía a agarrar la varita de su padre sin permiso, la casa quedaba envuelta en llamas y eso que el fuego siempre fue buen amigo de ella.

Miles de historias habían logrado despertar la curiosidad y las ganas de asistir a clases en ese mágico lugar aunque sabía que debía esperar el tiempo suficiente para poder entrar.

Apesar de sus ganas de ir, el día en que recibió la tan anhelada carta el miedo se apodero de su cuerpo.

—No tienes nada que temer, siempre estaré para ti si me necesitas.

Layla amaba a su padre, sabía que su madre había muerto cuando ella era una bebé y aunque le gustaría haberla conocido sabía que con su papá era más que suficiente.

Sin duda él se había encargado de traer dulces sueños ante las pesadillas y había alejado cualquier rastro de maldad que pudiera perseguirla.

Después de recibir la carta los días pasaron a la velocidad de la luz y es que lo único en lo que podía pensar era en llegar al sitio que le robaba suspiros, siempre fue una niña ausente en el presente por estar fantaseando en su cabeza.

Ahora, en medio del tren que la llevaría a su destino soñado, no podía encontrar ningún sitio en donde sentarse. Daba la impresión de que los mayores habían decidido usurpar cada vagón existente provocando que los niños de primer año deambulearan por el lugar.

Layla no era la excepción.

Eatuvo treinta minutos dando vueltas hasta que encontró a un niño de su edad sentado solo en un rincón, intentó abrir la puerta que los distaciaba pero no pudo hacerlo así que se limitó a dar suaves golpecitos en el vidrio para que el niño le abriera.

El pequeño se dio vuelta para contemplar el cálido rostro de Layla, la expresión en su rostro era totalmente seria. Parecía no querer estar ahí.

—Soy de primer año, ¿Y tú?

Él no respondió.

-¿Podrías dejarme pasar? No encuentro ningún lugar en donde sentarme.

El niño volvió a ignorar su pregunta.

—Oye, ¿Te encuentras bien?

Sin emitir ni un solo sonido, la persiana se cerró provocando que Layla saltará del susto. Su campo visual había sido bloqueado.

En Busca De Tus LatidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora