Libro 1: Capítulo 1

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A lo largo de mis sesenta años de vida me había tocado ser testigo de varias cosas, así como vivir muchas de ellas en carne viva.

Había visto a incontables hombres morir a mi alrededor...

Había tenido que matar a muchos de esos hombres que vi morir, bajo mi propia mano, tanto por mi propia supervivencia como para cumplir con mi deber...

Había tenido que abrirme paso entre cadáveres a una edad en la que la mayoría solo piensa en jugar y en soñar con ser como los héroes de los antiguos mitos y leyendas...

Había visto ejércitos enteros sucumbir, numerosas ciudades caer ante el fuego y la barbarie, niños esclavizados, mujeres siendo violadas y vendidas como ganado, imperios hundirse en un mar de sangre, había visto la cruenta realidad de la maldad y la codicia humana...

Y a pesar de todo, jamás me permití sentir terror o miedo, pues todo eso, aún terrible, era una cruel parte de la vida, y como guerrero, jamás debía mostrar miedo en ninguna situación.

Y con orgullo, puedo decir que siempre mantuve mi alma y mente serena, y avancé sin dudar a través de los incontables pesares y vicisitudes con los que los dioses ponen a prueba a los ignorantes mortales durante el arduo trayecto de la vida.

Nunca desesperé, pasara lo que pasara, y siempre mantuve la calma...hasta este momento...

Pues todo lo que había luchado, experimentado, combatido y vivido, no me había preparado....
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Para tener que ver cómo te cambiaban los pañales tras haberte meado encima...
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Estábamos en el cuarto donde dormíamos yo y mis padres, un habitáculo de paredes, suelo y techo de madera, bastante espacioso pero sencillo.

Había escaso mobiliario en la estancia, salvo el lecho donde dormían mis padres, con mi cuna al lado de esta, una mesa en el centro, algunos estantes colgados de las paredes, un sillón al lado de mi cuna y una ventana que dejaba pasar una fresca y suave brisa, así como los rayos del sol que iluminaban la estancia.

Y tumbado sobre una manta vieja y usada, pero al menos limpia, sobre la cama de mis padres, permanecía observando el techo del cuarto donde me veía obligado a permanecer, con el rostro tenso, sintiendo como el bochorno congestionaba mi pecho, mientras mi madre tarareaba alegremente, al tiempo que retiraba mi pañal de lino, húmedo por la orina.

-Esto...es humillante...yo...un gran guerrero y rey de la más grande nación de guerreros que el mundo jamás ha conocido...teniendo que ser cambiado como un viejo chocho...-

Muchas veces, vi casos de ancianos que alcanzaban tal edad que perdían la razón, teniendo que ser cuidados como si de infantes recién nacidos se tratara.

Viejos que balbuceaban cono dementes y que ni siquiera podían alimentarse o lavarse por si mismos, haciéndose incluso sus necesidades encima.

Me daban pena, y los compadecía, pero conforme me acercaba a la senectud, temía sufrir ese mal propio de la vejez.

Sufrir ese final en mis últimos días sería una verguenza para un guerrero, y me jure a mi mismo que si daba cualquier nuestra de demencia senil, acabaría yo mismo con mi vida mientras tuviera uso de razón.

Pues era mejor la muerte que la vergüenza...

Y ahora mismo, no obstante, estaba sufriendo en mis propias carnes esa sensación.

La vergüenza que sentía ahora mismo era tan grande que quería gritar y maldecir hasta quedarme afónico, pero mi puñetera garganta nonata solo me permitía lanzar berridos infantiles.

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora