Libro 2: Capítulo 11

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Al dejar la cabaña, corrimos sin descanso, dirigiéndonos hacia el río, alejándonos lo más posible de la aldea en llamas y los atacantes de esta.

Llevaba a Dalina de la mano, haciéndola correr lo más rápido que pudiera, y a través de su piel podía notar el pequeño temblor de su cuerpo que acompañaba a sus casi inaudibles sollozos.

Sentía una gran pena, al verla así, y maldecía internamente a todos estos bastardos, tras ver cómo habían sido capaces incluso de acabar con la vida de una mujer inocente de esa manera tan cruel y salvaje.

Y la idea de dejarla ahí atrás, sin siquiera recoger su cuerpo e enterrarla me molestaba, pero ahora mismo nos era imposible el llevárnosla con nosotros.

Ahora tenía que llegar a la ciudad y poner a salvo a su nieta; era lo mínimo que podía hacer por ella...

Decidí que era mejor no cruzar el puente, pues probablemente estaría plagado de soldados, y cruzamos el río , el cual por suerte ahora no bajaban crecido tras el final del invierno y apenas nos cubría hasta la altura de los muslos.

El agua estaba helada, pero no por ello dejamos de correr, y tras cruzar el río, corrimos hacia Elba.

Dalina observaba horrorizada los cuerpos que habían en los campos, la mayoría de aldeanos que habían tratado de huir y habían sido alcanzados por las flechas de los hombres de Veinn.

No habían tenido piedad ni con los más débiles; los habían matado por la espalda mientras huían, como a animales...

-¡No mires, Dalina, tú sigue corriendo, no te pares!- Seguí tirando de ella, sin soltar su mano, dejando atrás aquel terrible paisaje de muerte y desolación.

-Lo pagareis- Me decía, apretando furioso mis mandíbulas -Pagareis con vuestra sangre cada vida que habéis arrebatado, hijos de perra...-

Empezaba a sentirme muy cansado, y cada paso se me hacía difícil.

Más de una vez acabé tropezando, presa del cansancio, y le insistía a Dalina que huyera rápido con Pyreo, que sin mí tal vez iría más rápido, pero se negó a abandonarme.

Entre lágrimas, me dijo que no quería perder a otra persona querida para ella, y que no me abandonaría pasara lo que pasara.

Sabiendo que no lograría convencerla de que se fuera, reuní todas las fuerzas que pude y seguí corriendo, ignorando el dolor y la fatiga.

Ya habría tiempo de descansar una vez estuviéramos a salvo tras las murallas...

-¡Están cerrando las puertas, daos prisa, entrad!- Oí gritar a algunos aldeanos conforme llegábamos ante los muros de la ciudad.

-¡Rápido, démonos prisa, Dalina, tenemos que llegar antes de que cierren las puertas, vamos!-

Llegamos finalmente junto al gentío que trataba de entrar en Elba a través de la puerta principal de la ciudad, la que estaba situada al noroeste, al lado de los barracones, pasando junto a los últimos aldeanos que huían del avance de las tropas enemigas, mientras los soldados de la guardia tiraban del portón para cerrar el acceso a la ciudad.

-¡Rápido, entrad de una vez, daos prisa, no podemos mantener abiertas las puertas muchos más!-

-¡Esperad!- Grité, tirando de Dalina y corriendo con todas mis fuerzas.

Finalmente logramos cruzar la puerta junto a los últimos rezagados, mientras el portón era cerrado y bajaban el rastrillo desde la barbacana.

Un vez nos vimos dentro, cogimos aire para recuperar el aliento, mientras algunos soldados se acercaban a nosotros.

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora