Libro 1: Capítulo 3

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Cuando los niños de Esparta cumplían seis años, se les separaba de sus madres para iniciarlos en la Àgoge, la estricta y dura instrucción militar espartana, que duraba varios años, hasta que se alcanzaba la mayoría de edad a los veinte años.

Desde temprana edad, se nos instruía en todos los aspectos de la vida de un guerrero:

El manejo de las armas, nuestras capacidades físicas, el coraje y el carácter para soportar el caos del campo de batalla...todo se forjaba desde nuestra infancia para convertirnos en los soldados perfectos.

A edades en las que un niño solo piensa en jugar, los espartanos manchábamos nuestras manos con sangre, y arriesgábamos nuestra vida para ser dignos de servir a Esparta, como dignos descendientes de Heracles.

Muchos morían en esos años, pero no debíamos conpadecerlos: Morían por qué eran débiles, y solo los más fuertes podían sobrevivir en Esparta.

Nunca dudé en cumplir con mi deber como espartano, y me deshice de cualquier miedo o duda, para así lograr convertirme en lo que debía ser: Un auténtico guerrero, un digno espartiata al servicio de mi patria.

Y todo ese esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, me llevó a lo alto del escalafón entre los más fuertes y poderosos guerreros de Esparta.

Era la vida que me había tocado, pero nunca me sentí mal por ello, y me enorgullecí de todo lo que hice y experimenté para poder ser un espartiata.

Y ahora, en esta nueva vida, no iba a ser menos.

Lo había decidido: Sería un guerrero, como fui antes de morir, y seguiría el camino de la sangre, el fuego y el acero que con orgullo y coraje seguí sin vacilar en mi anterior vida como Leónidas.

Pero solo con palabras el hombre no consigue alcanzar sus metas: Debía ponerme manos a la obra.

Sobre todo ahora, que ya había crecido lo suficiente y era capaz de fortalecer mi cuerpo lo bastante como para pensar siquiera en alcanzar la fuerza necesaria para portar un arma.

En Esparta, a los cinco años, los niños, sin excepción, ya son expuestos a duros ejercicios para fortalecer os de cara a su entrada al Àgoge una vez cumplas los seis.

Pero aquí, si bien, no podía contar con la instrucción del Àgoge, poseía algo que nadie tenía: Mis recuerdos y experiencia como Leónidas.

La experiencia y recuerdos de seis décadas de lucha, combates y adiestramiento.

El problema principal, no obstante, era que mi cuerpo era débil, un cuerpo infantil con el cual sería incapaz de exteriorizar la fuerza y técnica de la que había hecho gala en mi juventud.

Después de todo, era normal, pues un niño no puede esperar tener la capacidad física de un experimentado guerrero adulto...

Pero si quería soñar con alcanzar de nuevo, e incluso sobrepasar, la fuerza que tuve en vida, debía fortalecerme todo lo posible que me permitiera este pequeño cuerpo.

Así que lo primero que hice es empezar a entrenar, realizando todo tipo de ejercicios que me permitieron un fortalecimiento de mis músculos.

Los hacía en mi cuarto por la mañana, cuando mi cuerpo estaba fresco y descansado, y antes de ir a dormir, para favorecer un adecuado descanso debido al cansancio.

Básicamente, fueron sobre todo ejercicios sencillos: Estiramientos, flexiones, abdominales, largas carreras en el exterior...ejercicios que fortalecieran mi torso y extremidades y aumentaran mi resistencia y agilidad.

Con este cuerpo, no acostumbrado a este tipo de actividad, los primeros días fueron un suplicio, acabando totalmente agotado con apenas unos minutos de intenso ejercicio...

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora