Libro 2: Capítulo 9

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Cuando el sol empezó a ponerse, padre ordenó dar el alto, para pasar la noche, antes de continuar el camino hacia Cretzhïn.

Habíamos salido de Elba por la mañana, y tras largas horas de recorrido continuado, decidimos parar junto a una de las aldeas que había entre Elba y la aldea minera.

La mayoría de hombres que componían este ejército iban a pie, por lo cual el trayecto duró más que lo que se hubiera hecho a caballo.

Además, con nosotros llevábamos algunos carromatos que transportaban tiendas para montar un campamento, suministros, repuestos de armas y armaduras y madera para construir escalas y manteletes.

Era muy probable que tuviéramos que tomar por asalto la aldea, así que necesitábamos prepararnos para un asedio.

Aún así, la marcha fue veloz, pero padre no quiso extenuar a las tropas con una marcha forzada.

Los soldados de la milicia de Cretzhïn que nos acompañaban en un principio se negaron a parar, deseando como estaban en poder llegar cuanto antes a su hogar y liberar a sus familias...

Pero padre se negó, argumentando que no sería buena idea deambular de noche con todo el batallón.

Ademas, los hombres necesitaban estar frescos y descansados una vez iniciara el combate, así que una vez cayó el sol nos ordenó montar el campamento en una pequeña aldea de agricultores y ganaderos, tan pequeña que ni nombre tenía.

Montamos el campamento a un lado de la aldea, pues no había en esta espacio suficiente para acoger al centenar de soldados que componían el batallón, mientras padre se reunía con los aldeanos y les informaba de la situación.

Es lo que habíamos hecho al pasar por cada aldea en nuestro camino: Informarles de lo acontecido, y que estuvieran atentos a cualquier presencia de atacantes desconocidos cercanos.

En algunas ya se sabía lo ocurrido, como la pequeña aldea donde los guardias de Cretzhïn dejaron a los campesinos que lograron evacuar.

Padre habló allí con ellos, y les ofreció asilo en Elba, además de interrogarlos para poder descubrir algo que le indicara quienes eran o que querían esos atacantes.

Padre además también ordenó a algunos de los hombres a caballo que se adelantaran, explorando el terreno en busca de cualquier posible rastro que indicara la presencia de más enemigos o que los atacantes de Cretzhïn hubieran dejado la aldea minera, desplazándose a otro lugar.

Yo mismo me ofrecí a ir con ellos, pues teniendo mi montura y con Pyreo a mi lado, podría encontrar cualquier rastro de enemigos entre nosotros y el terreno que nos separaba de Cretzhïn.

Así, durante el resto de la tarde, un par de jinetes y yo recorrimos los campos y colinas de alrededor, internándonos también en los pequeños bosquecillos que cubrían el lugar.

A diferencia del norte del señorío, las tierras al sur de Elba se componían principalmente de amplios campos, llanuras y colinas desnudas, con apenas algunos grupos de árboles resaltando como islas verdes en medio de aquel mar de hierba, pastos y cultivos.

Pocos lugares había para ocultarse, y rastreamos durante horas toda la zona.

Pero no encontramos nada ni vimos a nadie más allá de algunos ganaderos y campesinos de las pequeñas granjas y aldeas de alrededor, a los cuales preguntamos si habían visto algo, pero ninguno pareció haber visto a nadie sospechoso.

Los exploradores regresamos entonces al batallón principal cuando estos montaban ya el campamento, y tras darle el informe a padre, aproveché para descansar y comer algo, cansado tras horas de cabalgar y rastrear.

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora