Libro 2: Capítulo 8

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P.O.V ¿...?

Normalmente, cuando atisbaba su mente y veía a través de sus ojos, observaba cosas que me hacían sonreír, aún si no tenía labios ni cuerpo para hacerlo...

En sus sueños, podía atisbar sus recuerdos, recuerdos cálidos y agradables, de las personas con las que pasaba sus tranquilos y felices días.

Era extraño, por qué sentía como si esas vivencias las experimentara yo misma, y al mismo tiempo, solo fuera una mera espectadora, como la lectora de una historia.

Así mismo, ella no sabía de mi, ni parecía consciente de que velaba su alma en lo profundo de su mente.

Era una niña feliz, con una familia amorosa que cuidaba de ella, y podía percibir su felicidad y cuánto quería a cada uno de ellos.

Su padre, un orgulloso y honorable hombre de armas, que siempre la trataba como a su princesa, y reía cuando la pequeña se negaba a dejarse mimar por él...

Su madre, tan buena, cariñosa y hermosa, cuyas sonrisas y abrazos eran cálidos como los rayos del sol, y le enseñaba siempre tantas cosas...

Su tía, una chica linda y extrovertida, que siempre que la veía la abrazaba emocionada como si fuera un peluche...

La agradable anciana que a veces los visitaba y siempre tenía una caricia para ella, y su amable nieta, quién era como su hermana mayor, siempre jugando con ella y regalándole deliciosos dulces y pasteles que ella misma hacía...

Pero si había alguien a quien de verdad esa niña adoraba con todo su pequeño corazón era a aquel chico de cabello negro como el azabache...

Su adorado hermano mayor...

Esa pequeña lo quería con locura, su amor hacia él era tan vasto que ese sentimiento me embargaba con la fuerza de una tormenta, y me hacía compartir ese puro sentimiento por él...

Siempre la cuidaba, la mimaba y mostraba cuanto la quería, desde que era un bebé...

Ese chico era su ídolo, a quien esa pequeña más admiraba y apreciaba, a quien veía como uno de esos caballeros y héroes de los cuentos que tanto le gustaba que él le contara...

Y era fuerte, alguien muy fuerte, capaz de pelear con monstruos y hombres adultos, a pesar de que solo era un niño como ella...

Desde lo más profundo de su ser, yo siempre veía como esa niña podía llegar a pasarse las tardes enteras observando a través de la ventana de su hogar, esperando ver aparecer a su hermano, volviendo de cumplir su deber para regresar a casa, con ella.

La alegría que sentía cuando veía llegar a su hermano y correr a sus brazos era tan intensa que de haber tenido aún ojos, habría derramado lágrimas de emoción.

Como también sentía el miedo y preocupación de la pequeña cuando su hermano partía a cumplir su deber.

Todavía era muy pequeña, pero la niña a través de cuyos ojos veía el mundo sabía que él hacía algo peligroso, y temía desde el fondo de su corazón que su hermano algún día jamás regresara.

Cuando la veía tan triste, mi deseo era hablar con ella, arroparla y consolarla, sintiendo como su tristeza era también la mía...

Pero yo solo era un ser incorpóreo sin nombre ni recuerdos que dormitaba en lo más profundo de su ser, totalmente ajena ella a mi existencia...

Aún así, ese chico siempre cumplía su promesa y regresaba con ella, y esa niña no podía evitar sentirse orgullosa por su valiente hermano.

Sus sueños estaban libres de pesadillas y monstruos, por qué sabía que su hermano estaba ahí, y que siempre la protegería...

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora