Libro 1: Capítulo 4

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P.O.V Anna

Aunque el invierno ya estaba en sus últimos días, el frío aún persistía con fuerza, y se negaba a dar paso a la calidez de la primavera.

Una nevada caía copiosa en el exterior, inundando la ciudad con un manto blanco inmaculado.

Sentada frente a mi telar, observaba a través de la ventana los innumerables copos de nieve caer desde el cielo, acumulándose en el alféizar de la misma, disfrutando de la calidez del interior del hogar, gracias al fuego que arde en la chimenea.

Siempre me gustó la nieve, desde pequeña, por qué mi madre siempre me decía que mi cabello eran tan hermoso como la nieve, unas dulces palabras que me repetía cada vez que cepillaba mi cabello.

Y también Carl lo adoraba , siempre comparándolo con níveo un campo invernal a la luz del brillante sol de la mañana.

Tengo que decir que fue eso, además de muchas otras cosas, lo que hizo que me enamorara perdidamente de él.

A veces era un poco cabeza hueca, pero eso formaba parte de su encanto...

Mientras terminaba de hilar las últimas puntadas de un vestido que una vecina me ha encargado para su hija, la cual pronto se casará, dirijo una mirada de soslayo a mi espalda, viendo a Tessius sentado en la mesa de la sala común de nuestro hogar, enfrascado en la lectura de un libro.

Me causaba mucho placer ver que aunque su meta se había vuelto seguir los pasos de su padre, aún mantenía ese gusto por la lectura y el saber.

Centrándome de nuevo en mi labor, sonrió con alegría, y esta sonrisa se mantuvo en mi rostro durante un largo rato.

Tessius, mi niño, el fruto del amor entre mi amado esposo y yo...

El hombre que amaba con toda mi alma, con el que había formado una hermosa familia...

Había tenido que dejar muchas cosas atrás por estar con él, pero no me arrepentía de haber seguido en todo momento los dictados de mi corazón...

Y el resultado de esa acertada decisión estaba aquí, conmigo, en esta fría tarde de invierno...

Estaba muy feliz el día que me enteré, hará ya años atrás, poco después de casarme con Carl, que esperaba un hijo de ambos.

Fue tanta la felicidad que sentí que no pude evitar llorar de alegría cuando se lo conté a Carl, el cual a su vez recibió la noticia con similar satisfacción.

Fue también a su vez un alivio saber que iba a ser madre...

De pequeña, mi salud era frágil, y era frecuente que cayera enferma, con fuertes fiebres que me dejaban postrada en la cama durante días.

Lo único bueno que saqué de esto es que usaba ese tiempo para aprender a coser confeccionar ropa, lo cual se volvió mi afición, y posteriormente mi profesión (por mucho que a mi padre le hubiera molestado que su hija se dedicará a algo tan vulgar como eso).

Conforme crecí, mi salud mejoró, y aunque mi cuerpo no era lo que se dice fuerte, al menos dejé de sufrir episodios febriles con tanta frecuencia.

Aún así, temía que mi cuerpo no fuera lo bastante fuerte como para poder engendrar hijos, pero esos temores se desvanecieron cuando quedé finalmente embarazada.

Los nueve meses de embarazo, gracias al Hacedor, fueron bien, sin contratiempos, y finalmente, a inicios de verano, di a luz a nuestro hijo.

Cuando tras el duro parto tuve en mis brazos a mi niño, sentí como mi pecho estaba pletórico de felicidad, mientras sentía el calor de mi hijo entre mis brazos, una alegría tal que ni era capaz de describir.

La Reencarnación del Rey de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora