Capítulo 2

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Dónde hubo fuego, cenizas quedan, ¿pero dónde no hubo nada, nada queda?

La primera vez que conocí a Marco debía ir en segundo grado, tenía 14 años, tal vez 15, y sin duda no era la mejor étapa para soñar con una gran vida cuando casi todo el salón se la pasaba con sudoración excesiva mientras descubrían que el bello corporal, en efecto, existía.

Tampoco era una edad en la que yo sintiera ganas de descubrir lo que era un flechazo apasionado como en todas esas historias de la televisión, tan solo quería sobrevivir a las reglas impuestas por los maestros y, si tenía algo de suerte, no reprobar ninguna materia en el proceso. De cualquier forma, no es que yo fuese demasiado aplicada en aquella época, por el contrario, siempre me olvidaba de hacer las tareas o estudiar para los exámenes.

Y fue a mitad del año escolar, en clase de química, cuando todo pasó.

Recordaba bien a mi maestro de esa clase, era un anciano quisquilloso que predicaba con el orden y la responsabilidad por excelencia, era tan exigente que con solo verlo te daban ganar de salir corriendo. Para esa clase había dejado de tarea llevar al día siguiente una serie de problemas impresos y resueltos. Las reglas eran claras, si no llevabas la impresión, perdías 1 punto entero de tu calificación final.

Y como era de esperarse, yo no había llevado esa estúpida tarea. No tenía idea de qué hacer, no era como que en el colegio pudiera imprimirlo. Me sentía preocupada, puede que al borde de las lágrimas porque con mi apenas sostenible promedio de 6, sabía que terminaría reprobando esa materia. Mi sentencia ya había sido dictada por todos los dioses mientras veía al profesor pasar de fila en fila revisando que cada alumno hubiera traído su tarea.

—Puedes tener la mía si quieres.

Esa fue la primera vez que escuché a Marco decir más de una palabra. Levanté la cabeza de golpe y lo observé. Se había sentado a mi lado durante medio año escolar y siempre estaba sumido en su mundo haciendo los deberes y escuchando las clases. Nunca hablaba con nadie, ni siquiera en los momentos en los que al profesor no le importaba que hubiera ruido. ¿Y de repente me estaba hablando a mí?

Me apunté a mí misma con el dedo, solo para asegurarme de que se dirigía a mí. Y abrí mucho los ojos.

—¿Qué cosa?

Señaló con la cabeza su tarea impresa, que estaba en la orilla de su pupitre, aunque su expresión era seria, su mirada lucía cálida, como si se compadeciera de mi situación.

—Mi tarea, puedes quedártela si quieres.

Parpadeé varias veces. ¿Lo decía de verdad o estaba bromenado? Porque sin duda debía ser una broma de muy mal gusto. Fuese lo que fuese, negué con la cabeza y me crucé de brazos para juzgarlo con la mirada.

—¿Sabes lo que te hará el profesor si no entregas la impresión? —lo cuestioné. Luego fingí que me degollaba el cuello con el pulgar mientras sacaba la lengua—. Muerte académica.

Marco sonrío, no con una sonrisa amplia de dientes fuera, solo con un ligero gesto de diversión que se desvaneció apenas volví a parpadear. Era la primera vez en mi vida que lo veía sonreír, porque siempre veía a todo el mundo como si odiara el hecho de existir. Después se encogió de hombros y se acomodó las gafas sobre su nariz.

—Tengo un promedio decente, seguro que estaré bien —se limitó a responder.

Solté un bufido y por primera vez me atreví a mirarlo, no solo a mirarlo como el chico callado que se sentaba a mi lado en clase, sino como alguien que incluso había estado dispuesto a sacrificarse para ayudar a una completa desconocida.

Lo que nunca seremos✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora