Capítulo 11

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"𝑯𝒂𝒚 𝒍𝒖𝒈𝒂𝒓𝒆𝒔, 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔, 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒆𝒓𝒅𝒐𝒔 𝒚 𝒂𝒃𝒓𝒂𝒛𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒅𝒂𝒏 𝒆𝒏 𝒏𝒐𝒔𝒐𝒕𝒓𝒐𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆." 

𝑨𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕𝒐 𝑽𝒆𝒍𝒂𝒔𝒄𝒐

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La noche calló con un rocío de agua esparcido por la ciudad, era tan sutil que no se sentía el poco frío que intentaba colarse dentro del luchar. Una plática amena recorría lo recorría, tres personas, unas tazas tibias de bebidas y dos mantas.

Era totalmente hermoso y tranquilo escuchar de a pocos la lluvia sin frenesí que recorría las desoladas calles de Brooklyn.

Después de aclarar todo ese sufrimiento de la pareja, poco a poco las bromas volvían a tomar control del incómodo momento de tensión entre la pareja y su mejor amigo. Una vez Aristóteles dijo acerca del amor; "el amor es la voluntad de querer para alguien lo que se piensa que es bueno; es amigo quien ama y es, a su vez amado, porque los amigos deben estar mutuamente en esta disposición; el amigo es quien se alegra con los bienes de su amigo y se entristece con sus penas" poco sabían que en el corazón del castaño no le podía caber el rencor o la furia de alguna situación o persona. Pero poco sabían que para personar no era tan fácil, o al menos para ellos. Si ellos pecaban en contra de su voluntad, él era su sacerdote para perdonarlos y amarlos, sin importar el costo de este amor fraternal.

Ahora regían las risas y la alegría de saber que ese par de tortolos eran del uno para el otro, y ese amor crecía dentro de sus corazones, alguien había dicho que los ojos eran las puertas del alma, y cuánta razón tenía. Esas miradas que se cruzaban de vez en cuando reflejaban un brillo que era indescriptible para el de ojos azules marinos.

Cuanto anhelaba tener a alguien, así como ellos dos, un par de enamorados sin remedio al mundo.

La hora en el reloj de pared del lugar reflejaban las casi diez de la noche, ya era tarde, pero no se quejaban de la hora, pero si del sueño. Los tres de a poco fueron terminando de arreglar el lugar para dejarlo listo al día siguiente, con un paraguas y un suéter prestado se fue feliz y corriendo a su departamento, que posiblemente lo recibiría su hermano enojado por su tardanza a la casa.

Al estar literalmente a dos cuadras de su edificio, la sensación de ser vigilado y perseguido o se quitaban de su espalda y nuca, desde toda su trayectoria miraba a todos lados, pero nada. No había nada ni nadie que lo siguiera, o al menos eso veía.

𝙳𝚎𝚌𝚒𝚜𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora