Cristina.
No puedo conectarme con la muerte de mi madre.
Tal vez todavía estoy detenida en mi departamento de Nueva York, sosteniendo el teléfono en una mano mientras mi mente repite la noticia que acaba de darme el abogado de mi padre.
Y ahora estoy aquí.
No hemos llegado a tiempo para el velatorio, así que Willy y yo llegamos directamente al cementerio desde el aeropuerto. Ha viajado conmigo, él quería mucho a mi madre y además, sabe que México es el peor lugar para dejarme sola con mi ceguera.
Claro, aunque nadie más que él y yo sabemos que ya no estoy ciega.
Ya han pasado un montón de personas a darme el pésame. Algunas las recuerdo y otras no tengo idea de quiénes son.
Todos saben que no veo, así que tengo que soportar sus apretones de mano y rígidos abrazos en vez de lo que podrían haber sido sencillas y respetuosas inclinaciones de cabeza. He perdido la costumbre de la gente, aquí el contacto es excesivo y todo me resulta tan extraño aunque sea tan familiar. Los aromas, los sonidos, el clima, el verde de los árboles.
Han pasado diez años.
Mis sentidos reconocen con exactitud lo que la vista no recuerda, y lo que la mente ha conscientemente olvidado.
Por un momento, divago en la ironía de estar de vuelta aquí, para despedir a la única persona por la que algún día pensé que volvería.
Solo que está muerta.
Tal vez mi madre sea más feliz en donde está ahora. Tal vez sea ése pensamiento el que no me deja sentir ninguna emoción. Porque si la sintiera, a lo mejor estaría contenta por ella.
Después de un momento escucho el rumor de los autos y veo llegar a lo lejos al cortejo con el coche fúnebre. Willy me sostiene y me gira, haciendo de cuenta que es él quién me dice a dónde debo "mirar", pero hace mucho tiempo que no pretendo estar ciega rodeada de mucha gente y he perdido un poco la costumbre.
Se ha muerto mi madre.
La última vez que la vi fue hace más de un año. Tal vez sea eso. Tal vez la culpa de haberla abandonado me atormenta.
Pero, ¿qué culpa?
Ella te abandonó a ti. Razono. Si hubiera dicho algo a tu favor, no hubieras tenido que irte nunca.
Sacudo la cabeza. No puedo culparla. Si yo sufrí, es posible que haya sido aún peor para ella. Tal vez la muerte haya sido un alivio.
También pensé aquel día que sería mejor morir.
Willy pone una mano en mi espalda, obligándome a recobrar el sentido. —Vamos, Tina, tienes que dejarme conducirte —me susurra al oído, regañándome—. Solo un poco más y podremos ir a descansar un poco.
Él también ha notado que no me comporto como usualmente. Cierro los ojos un momento, dejándome envolver por aquella negrura conocida y me mantengo así un minuto o dos, recuperando el dominio de mí misma, levantando la fachada que he construido con tanto esfuerzo. No puedo concentrarme en la muerte de mi madre mientras estoy fingiendo. No puedo flaquear ahora.
La prueba más difícil está cerca. Tendré que ver a mi padre.
Será ahora, en algún momento, bajará del coche y mi vida será aún más miserable.
Mi espalda se endereza sin que pueda evitarlo mientras muerdo con fuerza y se tensa mi mandíbula. Me gustaría seguir estando ciega para tener que ahorrarme el desbloqueo de su imagen en mi memoria. No veo su rostro desde los trece años. No me llevado ninguna fotografía suya y no he vuelto a tenerlo cerca en todos este tiempo, desde aquel fatídico día.
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Ojos que no ven
RomanceLa vida de Cristina Álvarez Rivas está sujeta a una trama paralela que ella ignora. El pasado que desconoce y el que ha olvidado, colisionan en un presente turbulento, cayendo las piezas de dominó una a una a medida que avanza su estancia en la haci...