Capítulo 11

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Cuando mi marido aumenta la pasión del beso, el cual dura más que de costumbre, no tengo que saber sumar dos más dos para darme cuenta de que está enojado. Y eso nunca es algo bueno.

Intento terminar el beso rápidamente pero Alejandro muerde un poco mis labios y me presiona contra su pecho con ardor. Él jamás hace eso en público y sé, con solo sentir cómo me reclama, que está marcando territorio frente a Federico.

Alejandro no es ningún tonto.

Nos separamos bruscamente, alarmados, con el sonido de vidrios estrellándose.

—¿Qué pasa? —pregunto con una mano en el pecho.

En verdad, comprendo enseguida lo que sucede, al ver a Federico al lado del bar, y un poco más allá un vaso de vidrio hecho añicos en el suelo.

—Se me ha caído un vaso —el ranchero levanta los hombros, con gesto inocente.

—¿A cinco metros? —Alejandro resopla con molestia.

—No sabría explicar qué pasó —Federico ironiza—, el vaso salió volando de mis manos. ¿He interrumpido su romántico reencuentro? —su voz es áspera y todo su cuerpo se mueve en tensión.

—No se preocupe, el reencuentro continuará más tarde —Alejandro toma mi mano con firmeza y la besa lentamente mientras le contesta.

—Pero, por favor... sigan... no se detengan por mí —Federico sonríe con cinismo. —Hagan de cuenta que no estoy aquí.

Mi tía aparece en el salón, seguida de Vicenta. Parecen venir de la cocina.

—¿Qué pasó?

—¿Qué fue ese ruido?

—Creo que un vaso —digo, con el alma pendiendo de un hilo.

—No te muevas mi niña, que hay vidrios por todos lados —mi nana observa el piso— ¡Tomasa!

Vicenta organiza la limpieza de los vidrios rotos, mientras Federico toma un nuevo vaso y con gestos deliberadamente bruscos se sirve una bebida y hielo sin ofrecerle nada a nadie.

Cruzo una disimulada mirada desolada con mi tía, que se acerca a darle la bienvenida a Alejandro.

—¿Cómo estás, querido? —Le da un beso en cada mejilla. —Pensé que estabas en China.

—Cambio de planes, tía Mar. Me alegro de verla.

—Vicenta, ¿estás ahí? —llamo a mi nana para que se acerque.

—Sí, mi niña.

—Te presento a... mi marido —me detengo, cuando Federico apoya el vaso en la mesa con fuerza—Alejandro Velázquez.

—Mucho gusto señor, bienvenido.

—Ella es mi nana, y el ama de llaves —le informo.

—Es un placer conocerla, Cristina siempre me ha hablado mucho de usted.

—Federico —mi tía lo llama con una sonrisa curiosa y quiero morirme en el instante —ya te ha presentado Cristina a —

—Sí. Ya. —Federico la corta y se acerca, sin dejar de mirarme.

Voy a

matar

a mi tía.

Inspiro, tomando valor. En los delirios fantasiosos que dibujó mi mente sobre lo que podía pasar en mi breve estadía en México, presentarle a Federico Rivero a mi marido, estaba fuera de cuestión.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora