Capítulo 6

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Cristina.

Ya hace un buen rato que me he alejado de Federico, después de la pelea que mantuvimos en su oficina, pero aquel ardor atenazante entre las piernas no me da respiro.

Me remuevo, incómoda, en el asiento del coche y bajo el vidrio con manos torpes, esperando beber un poco de aire fresco en busca de un insustancial alivio.

El viento me sacude el cabello y cierro los ojos, seducida por la brisa fresca bajando el calor de mis mejillas.

Mi mano se desplaza sobre mi cuello, allí late, insistente, el pulso que a él le gusta. Decadente, acelerado, erróneo.

Tenso los dedos de los pies dentro de las botas, cruzando las piernas, recordando sus modos, su posesividad, su desespero... incluso su rabia, sus modos evidentemente sugerentes y toscos.

Tiemblo, en una feroz sacudida interna, una lucha personal que mantengo con mi cuerpo que aún no puede superar la excitación cuando él me recostó en la mesa, la fervorosa expectativa porque cumpla cada escandalosa palabra que me dijo.

Voy a darte duro, tan duro, que se te van a romper las alas, ángel.

Erróneo, todo es erróneo.

—¿Qué has dicho, cariño?

—¿Qué? —Abro los ojos, Willy me observa de reojo mientras maneja, con el ceño fruncido.

—Creí que murmurabas algo.

—Ah, sí. —Me enderezo, descruzando las piernas. —Que hace mucho calor de pronto.

—Ni me digas... Me he ahogado en el establo. Ése caballo, Incendio, es una verdadera fiera. Un alazán brioso, con un pelaje rojizo impresionante. Hemos tenido que sostenerlo entre tres para revisarle los cascos.

—Iré a verlo más tarde, debe ser precioso. —Murmuro, pensando en el nombre del caballo, Incendio, como una referencia demasiado exacta de lo que me pasa, a causa de su mismo dueño.

Inspiro, bebiendo el aire del campo al avanzar el coche. Necesito calmarme y no puedo.

Apenas logré salir de la casa, caminé sin rumbo por el parque hasta que me vio Benito y me llevó con Willy.

Mi estado era tal que apenas me sostuvo entre sus brazos me derrumbé, sacudiéndome en extraños temblores.

No es posible tener a la vez revueltos la mente y el cuerpo, por diferentes razones.

Completamente fuera de mí, le conté a mi amigo todo lo que escuché en el despacho de mi padre, como si solo entonces al repetirlo pudiera comprender la gravedad de las cosas, incluyendo a Willy en mi desesperación, en mi sorpresa, haciéndolo partícipe de mi drama, como siempre, sin poder soportar su distancia un segundo más, disculpándome por haber perdido el norte.

No hizo falta relatarle el resto de los detalles, cómo terminé en aquella situación, o porqué estaba en verdad tan alterada y él no hizo más preguntas.

—¿Qué vas a decirle a Gabriel?

—No lo sé.

—Bueno, ya se te ocurrirá algo, también podrías preguntarle directamente.

—Sí, pero no quiero levantar sospechas, de alguna manera, mi padre o Federico podrían enterarse de que intento descubrir sus negocios.

—Gabriel es un hombre inteligente, a lo mejor sospecha algo ya de ellos. Es el Comisario, debe estar tras la pista de cualquier actividad ilícita en la zona.

—No creo que me lo diga así nomás si es así, llevamos diez años sin vernos. Más allá del pasado, hoy en día no tenemos ninguna confianza.

—Para Gabriel, confiar en ti debe ser lo más sencillo del mundo, Tina.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora