Lorenzo Galván me conduce nuevamente a la fiesta.Entre mi encuentro con Federico y luego la visita a los caballos, debe hacer más de tres cuartos de hora que he estado desaparecida, pero de alguna forma, las cosas que han sucedido no parecen entrar en un período tiempo tan preciso y breve.
Teorías extrañas zumban por mi cabeza. Algo sucede con Federico, con la hacienda, con mi madre... algo parece unir aquellas cosas que me preocupan y me intrigan, pero no encuentro el principio de la madeja, solo veo los cables enredados sin saber si es uno solo o si son todos distintos.
Los sonidos de la fiesta me impactan antes de regresar al salón, como el choque a la realidad física. No estoy preparada para ella, me siento como una niña que es empujada a la piscina por primera vez, sin saber nadar o mantenerse a flote.
La aparición de Lorenzo en el evento, conmigo del brazo, suscita un aluvión de reacciones y emociones. Intento separarme de él, cuando se acercan los invitados a saludarle, pero me retiene, suave, aunque firme.
Hago un paneo del evento en el borroso de mi vista periférica.
Alejandro está contra una columna, bebiendo, con la mirada clavada en mí y Lugo está a su lado, conversan, pero no parecen prestarse atención, ambos me miran intensamente.
No he podido analizar mi breve encuentro con aquel hombre tan siniestro. Sus palabras fueron confusas, pero sus intenciones claras. Se presentó más temprano como un conocido de Alejandro, más no tuvo reparos en intentar manosearme. Me pregunto si estaba allí por casualidad o si me siguió, y en ese caso, si ha conseguido percibir la mentira que llevo.
Recuerdo cuando oí hablar de Lugo por primera vez, hace unos días ya, escondida con Federico en el despacho de mi padre. Entonces, Federico quiso advertirme de interesarme en él, de acercarme. Comprendo ahora con claridad su insistencia en que dejara el asunto. Lo que no puedo comprender es que mantengan una relación de negocios con un hombre así, y sin embargo, todos lo hacen. Lugo con mi padre y Federico, Lugo con Alejandro.
Y también, La Rosa Negra.
Aparentemente no es Lugo, pero está aquí esta noche.
¿Es Federico, simplemente? Me resisto a creerlo, pero, como siempre, mimética de mi propia condición ficticia, tiendo a negar las cosas que saltan a la vista.
En algún lado, hay una falla que no estoy viendo. Nada tiene sentido.
Registro a Willy, muy cerca mío, me dedica una mirada sorprendida de verme del brazo de Lorenzo.
No veo a Federico en ningún lado, pero Marina Sinclair está cerca de la banda, rodeada de algunos hombres que la adulan y no voltea a ver la llegada del anfitrión.
Una mujer se dirige a nosotros con determinación entre la gente, y reconozco a la esposa de Lorenzo, su mirada fulminante me pone algo inquieta, sobretodo, porque no me es claro si está dirigida a mí o a su marido.
Tras ella, la figura de mi tía es aún más veloz, me dedica una mirada de advertencia y se interpone a Beatriz, quién llega a abrir la boca, pero no a decir nada, zumbando a su espalda, retenida por otros asistentes del evento.
—Dulce, aquí estás —tía Mar toma mi brazo con firmeza, tironeando de Lorenzo para soltarme, intercambiando una tensa mirada con el hombre.
—Martirio, tanto tiempo. ¿Cómo has estado? —Lorenzo deja que mi tía me recupere, y la observa con una mirada comunicativa y le dedica un tono amable. No ha dado muchas muestras de querer conversar con nadie, pero es evidente que presta atención a mi tía.
—Lorenzo —Martirio rehuye su mirada y no le responde más.
—Siento mucho tu pérdida —le dice— no hemos podido hablar de eso, Cristina, pero lamenté profundamente la muerte de tu madre.
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Ojos que no ven
RomanceLa vida de Cristina Álvarez Rivas está sujeta a una trama paralela que ella ignora. El pasado que desconoce y el que ha olvidado, colisionan en un presente turbulento, cayendo las piezas de dominó una a una a medida que avanza su estancia en la haci...