Capítulo 13

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—Buenas noches —una voz femenina que desconozco suena a mi espalda, acompañada del repiqueteo de tacones aguja sobre la madera. Los siento avanzar por mi lateral derecho, bordeando el sillón, como si martillearan sobre mi espíritu.

—Les presento a Marina Sinclair —la voz de Federico tiene un tinte de satisfacción morbosa.

Por el rabillo del ojo, un innecesario tapado blanco entra en mi visión, acompañado por un cuerpo voluptuoso, ceñido en un vestido algo excesivo para una cena familiar, un cabello cobrizo de dudosa naturalidad y un maquillaje de noche.

No pienso levantarme para saludar a nadie.

Consigo apreciar también, más allá, en la mesa, a Raquela, detenida con un cuchillo en la mano y la mirada furibunda. Vicenta le golpea el hombro para que continúe con la disposición del servicio pero ella sacude el brazo, molesta, sin dejar de observar a la recién llegada con visible odio.

Ésta vez, comparto su sentimiento.

—Ella es Doña Martirio —Federico le presenta a la recién llegada a mi tía.

—Buenas noches —mi tía contesta con forzada educación mientras le ofrece a la mujer una mano encogida que solo invita a tomar la punta de sus dedos.

—¿Cómo está, señora?

—He tenido noches mejores.

Federico conduce a la mujer por la cintura y dan juntos un paso más, hasta que llega frente a José Luis para continuar con las presentaciones.

—El ex-comisario Miranda.

—Ya nos conocemos. —Ella estira su mano para que el hombre la tome. —¿Cómo estás, José Luis?

—No me digas —Martirio observa a José Luis besar la mano de Marina con una energía asesina.

Si tuviera una cámara de fotos, retrataría la cara de mi tía. ¿Cuánto se puede estirar un rostro?

No sé qué suceda ahí, pero, temo por él.

Federico voltea hacia mí y la mujer lo acompaña.

—Y ella es Cristina Álvarez Rivas.

—De Velázquez —completo, sin ponerme en pie, dejando a la mujer con la mano en el aire.

Ella frunce el ceño, extrañada y luego abre la boca como si comprendiera todo.

—¿Es la ciega? —Marina Sinclair pregunta con poco disimulo y Federico asiente—. Hola... Señorita..., mucho... gusto. Mi... nombre es... Marina Sinclair —la mujer me habla separando mucho las sílabas y en un tono más elevado, inclinada hacia mí como si fuera una mascota desorientada y sorda.

—Señorita Sinclair, estoy ciega, no estúpida —deslizo con acidez.

Federico se sonríe.

—No hagas caso del humor de Cristina, ella también ha tenido noches mejores. —Se agacha, para ponerse a mi altura. —Como la de anoche, ¿verdad, Cristina?

—¿Ha sucedido algo memorable anoche? —pregunto, con la mandíbula tensa—. Creo que ya lo he olvidado.

—¿Gustas tomar algo, Marina? —Federico se endereza, bufando y devuelve la atención a su invitada.

—Me muero por una copa. —La mujer acaricia el brazo del ranchero, melosa, mientras me dedica una mirada de desconfianza.

—Acompáñame al bar.

—¿De dónde conoces a esa mujer? —Martirio pregunta a José Luis, cuando Federico y Marina se han alejado.

—Bueno... Marina es cantante.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora