Capítulo 7

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Los labios de Gabriel casi están rozando los míos cuando suenan golpes sobre madera.

El toque en la puerta es la sacudida necesaria y el roce desvanece, el calor de su aliento desaparece cuando sus labios se aprietan en tensión.

Gabriel cierra los ojos por un momento y yo los abro.

Se debate, todavía al borde de mi boca, como si el toque en la puerta hubiera puesto pausa al tiempo.

Suspira y su mirada se abre, decepcionada, antes de depositarme de nuevo en la silla con sumo cuidado.

Agradezco que lo haga, a este punto, no voy a poder tenerme en pie por el resto del día. Estoy harta de este calor, ¿será que va a llover? o es solamente una tormenta interna, un humedad pegajosa y penetrante que mantiene mi piel adormecida. Tanteo la mesa, buscando un papel para abanicarme.

Por el rabillo del ojo, veo que Gabriel se sonríe, negando con la cabeza, mientras se mueve del otro lado de la mesa, alejándose.

—Adelante —invita a pasar a su secretaria con voz clara y grave, ya recuperado.

—Señor Comisario, perdone que lo moleste.

Valeria se asoma por el umbral, apenas vislumbro su cuerpo de reojo, pero imagino que está escrutando la escena con atención. Me abanico más fuerte y cruzo las piernas. Gabriel me mira hacerlo.

—Dime, Valeria —le pregunta, pero su mirada no me abandona.

—Está aquí Luis González, por su citación, pero no quiere esperar. ¿Qué hago?

El rostro de Gabriel se transfigura, tensándose en el instante y mira a su secretaria con atención.

—Acompáñalo a la sala siete. Voy enseguida.

—Sí, señor.

Valeria sale y Gabriel tantea unos papeles de su mesa y toma el teléfono, marcando un número corto de tres dígitos, asumo que es una extensión dentro de la misma comisaría.

—Vieytes, Lugo está aquí —informa con rapidez—. En la sala siete, te veo allí ahora.

Corta la llamada y da la vuelta al escritorio, en mi búsqueda.

Se agacha a mi lado, una de sus manos se apoya en mis piernas cruzadas.

—Cristina, tengo que atender esto, vuelvo lo antes posible.

—No te preocupes, seguro Tía Martirio ya terminó y...

—Espérame, por favor —me interrumpe, veo la desesperación en sus ojos porque no quiere que me vaya—. Termino con esto y yo mismo te llevo de regreso a la hacienda. ¿Te gustaría?

—Sí —murmuro, pero en verdad todavía estoy procesando lo que sucede.

Acaricia mi mejilla con una sonrisa y sale enseguida por la puerta.

La puerta se cierra, pero en mi mente la comprensión se abre como el chispazo de un relámpago que te despierta y te asusta al mismo tiempo: "Lugo" con "Lu" de Luis y "go" de González.

Me apresuro a ponerme en pie y abrir la puerta, para obtener una imagen del hombre, pero el pasillo ya está vacío.

—Señora, ¿necesita algo? —Valeria se pone en pie, agarrándome con cuidado de un brazo.

—Un vaso de agua —pido, por decir algo.


Me mantengo en el umbral mientras la muchacha me sirve el vaso de agua del dispensador que está a unos metros. Su curiosidad sobre mí es mucha. Observa mi ropa, mi cabello, la forma en que tomo el vaso cuando me lo entrega.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora