Capítulo 15

566 62 41
                                    




Estoy de pie, con las manos en los hombros de mi marido mientras el médico le da las últimas indicaciones, pero apenas puedo prestar atención. Sospecho que me sostengo de él por pura práctica de ciega, por ponerme en alguna pose que no resulte sospechosa. Mi mente vaga entre Federico, lo que hablé con Gabriel, las rosas negras en la casa, los análisis médicos que encontré de mi madre y las fotos, que olvidé preguntar a mi tía. La cabeza me da vueltas.

—Cristina, tranquilízate, no ha pasado nada —Alejandro apoya su mano en la mía al notar la excesiva fuerza que aplico en sus hombros a raiz de mi estado emocional.

—Perdona —murmuro, retirando demasiado rápido mis manos de su contacto.

He agradecido mi falsa ceguera cuando no tuve valor de mirar a la cara a mi marido, apenas ingresé al hospital. Supongo que él está demasiado molesto por su pie, y distraído con el médico porque no me ha prestado casi atención y se lo agradezco. No sé cómo es el aspecto de una mujer que se ha acostado con otro, pero seguro se parece al mío.

¿En qué momento me he convertido en esta persona?

¿Que le dolería más a mi marido, saber que lo he engañado con otro hombre o enterarse que hace años que no estoy ciega?

La ironía me atraganta y toso un poco. Alejandro me dedica una mirada curiosa, pero no es hasta que salimos del consultorio que podemos hablar de nada, y para entonces ya he recuperado algo de temple.

Vamos lentamente, yo con mi bastón y él con muletas y el tobillo vendado.

Me siento tentada de reír, por nuestro aspecto, pero me aguanto.

—¿Estás bien, Cristina? Estás un poco pálida.

—Sí, lo que pasa es que no he dormido mucho.

—Sin embargo yo he dormido tanto, como hace años no lo hacía. Me desperté pasadas las diez de la mañana, no recuerdo la última vez que hice eso —dice sorprendido, abriendo los ojos, con descrédito—, ni siquiera me di cuenta de a qué hora te levantaste.

Bueno, en realidad nunca dormí contigo anoche, pero no vamos a entrar en ese detalle.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunto finalmente a Alejandro, cuando ya hemos firmado los papeles y avanzamos por el pasillo de regreso a la sala de espera.

—Ya lo has oído cuando se lo dije al médico, me caí del caballo y me quedó el pie enganchado en el estribo. No quiero hablar en detalle de eso.

Conozco a Alejandro, es un hombre orgulloso y no soporta perder a nada. Dudo que la caída le haya dolido tanto como su amor propio, y sospecho que solo ha venido al médico en busca de hacerlo todo más grande de lo que es, para poder usarlo en contra de Federico luego. He oído claramente cuando el médico le dijo que las muletas eran opcionales.

—Me refiero a porqué te pusiste a correr una carrera con Federico. ¡Tú ni siquiera andas a caballo seguido! ¿En qué estabas pensando?

—En bajarle los humos al imbécil ese... sólo he estado aquí un día, pero ya no lo tolero. Se da unas ínfulas con la hacienda y sus grandes capacidades... me provocó y le acepté una apuesta.

—¿Qué? —No doy crédito. —¿Por qué?

—¿No te imaginas el motivo? —me pregunta con ironía y comprendo que soy yo ese motivo al que se refiere, y que también soy yo una de las destinatarias de su frustración, como evidente culpable.

—No. No estaba ahí —digo lo más calmada que puedo, esperando que Federico no le haya dicho nada a Alejandro sobre lo que pasó entre nosotros durante la noche.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora