Capítulo 10

498 50 59
                                    


—Dame un botón, un botón de tu vestido.

—¿Un botón?

—Sí.



—Cristina, ¿estás bien?

—Me dio un dolor muy fuerte en la cabeza —pongo una mano en mi sien, intentando recuperar los diálogos en mi mente, pero se desvanecieron tan pronto como llegaron.

La voz de unos niños, el sonido de los árboles...

Pestañeo y muevo las manos, intentando formular algo en el aire delante de mis ojos, pero ya no hay nada.

—¿Qué pasa? —Federico insiste.

Vuelvo a tocar el botón de mi camisa, confundida.

—No sé. Tal vez... un recuerdo —Balbuceo, indecisa. Mi mente sigue nublada.

—¿Qué recuerdas? —Federico se acerca de nuevo a mí y me toma por los hombros, mirando dentro de mis ojos en busca de algo. Habla en voz baja y suave, diría que casi ilusionado.

—Yo... no puedo...

—¿Has perdido la memoria, ángel? —murmura inclinándose sobre mi rostro, tan cerca, tan suave. 

—Por favor... no me llames ángel —susurro, absorbiendo todo su aliento, con la piel erizada por su voz tan masculina y grave. 

Me desarma que me hable así, me deja blanda, confundida, el recuerdo se aleja más todavía mientras él se acerca.

—Te he estado esperando... nunca regresaste y yo, ¿sabes? nunca tuve nada... nada más que un botón y una promesa no cumplida. —Su boca se detiene a milímetros de la mía. —Tienes que pagar, Cristina. —Su mano ya está en mi cuello, apretando.

—¿Pagar? ¿Por las preguntas? —inquiero, confundida, pero al mover mis labios tan cerca de los suyos solo consigo iniciar un beso. 

Parece ser un momento dulce y sensible, pero enseguida cambia todo. Federico me reclama fuertemente con su boca. La lentitud voluptuosa con la que me ha seducido se transforma en bruscas mordidas y succiones arrebatadas. Presiona contra mi cuerpo, obligándome a caminar hacia atrás, sin soltar mis labios.

Mi espalda choca contra la pared rugosa y su cuerpo me aprisiona contra ella, sus rodillas me separan las piernas y sus manos agarran las mías, llevándolas por arriba de mi cabeza. Sus labios me besan con fiereza y su lengua comienza a enredarse dentro de mi boca. Su cabeza cambia de lado, se inclina, como si no pudiera saciarse de mí y yo me acomodo a su ritmo, entregada, confusa, respirando con dificultad, intentando no mover mis caderas contra él, en respuesta a la presión que ejerce sobre mi centro con sus piernas, despertando sensaciones demasiado graves, demasiado urgentes. Finalmente mi cuerpo recupera el calor que había perdido, y aún peor, todo arde.

—Federico... —murmuro, entre un gemido de placer y un reclamo. 

—Estoy tan enojado contigo —ruge en voz grave mientras devora la piel de mi cuello.

—¿Qué... qué hice? —balbuceo, desorientada por la electricidad espesa que nace de donde pasa la lengua por la piel de mi cuello.

—Voy a tomar todo lo que quiero de ti... todo lo que me debes. —Arranca el primer botón de mi camisa en un gesto preciso y desliza sus manos por la piel bajo mi pecho.

—Federico, espera. —Intento detenerlo, pero me calla con un beso aún más apasionado.

—No. —Se presiona más contra mi cuerpo.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora