Capítulo 24

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Federico.

En el pasillo, alejados de las enfermeras y familiares angustiados, Martirio y yo nos colocamos al lado de un gran ventanal, esperando que Guillermo atienda el tercer llamado que le hace la mujer.

Los timbres sin responder suenan en altavoz, descoordinados con mi respiración sincopada.

Lorenzo está todavía en la habitación, con el médico, esperando el alta de Severiano y controlando que Alejandro no se marche, aunque no ha dado indicios de querer hacerlo.

Llueve, no mucho, pero el cielo está cada vez más oscuro.

Mi reflejo en la ventana es una máscara sin vida. Lentamente, la comprensión de lo que sucede me invade, la realidad de los errores que cometí y el precio que puedo llegar a pagar me hacen recriminarle a mi propia imagen con dureza, no sé si es mi reflejo o mi verdadera figura la que encarna aquella mirada cargada de odio y remordimiento.

El desasosiego aumenta en mí al ver las gotas poblando el cristal delante de mis ojos, mientras la ciudad se humedece y se agrisácea y me impresiona saber que el terror que me invade no se debe a mi usual miedo a las tormentas, sino a la fría voz que suena en el auricular, cuando Guillermo finalmente atiende.

En ese momento lo sé a ciencia cierta.

Él la tiene.

Martirio me dedica una mirada, mezcla de advertencia y ansiedad, mientras intenta disimular su propio estado de ánimo ante el jardinero.

—Willy, al fin contestas... ¿dónde estás?

—Todavía en la calle. La señal de mi teléfono es muy mala.

—Te he estado llamando como loca.

—¿Hay alguna noticia?

—Nada de Cristina, todavía.

—He estado dando vueltas con el coche, recorriendo el pueblo entero, preguntando...

—Estoy muriendo de la angustia.

—No te preocupes, vamos a encontrarla.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?

—Porque voy a mover cielo y tierra si es necesario, daría mi vida por Cristina...

—¿Qué te dijeron en la comisaría? —Martirio pregunta.

—Ah, no he ido todavía.

Suspiro, apretando los dientes, aunque querría gritarle muchas cosas al teléfono y Martirio alza una ceja en advertencia para que haga silencio.

—Bueno, podemos encontrarnos ahí, ya van a darle el alta a Severiano —la mujer sugiere.

—¿Has ido a ver a Severiano al hospital? —el tono de voz de Guillermo cambia, aunque no podría definir el sentimiento que lo acompaña.

—Sí, estoy segura de que él sabe más de lo que dice, Lorenzo también ha venido, está intentando hablar con él todavía.

—Y... ¿qué ha dicho? —Guillermo pregunta, con voz aguda.

—No mucho —Martirio le miente y respiro un poco, asintiendo, la mujer es muy astuta—. Severiano finge inocencia e ignorancia, pero hay algo muy raro.

—¿Qué cosa?

—Tengo una sospecha... de Alejandro. Está aquí también.

—Alejandro ama a Cristina con locura, Tía Mar, te lo juro —Willy asegura y yo retrocedo, ahogando una maldición—. Está dolido por... bueno, ya sabes. Pero Tina es el amor de su vida. Nunca le haría daño. Hemos vivido prácticamente juntos todos estos años, confía en mí.

Ojos que no venDonde viven las historias. Descúbrelo ahora