twenty five

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5 de julio, 2019.


Vaya semana de mierda.

Definitivamente mi cuerpo sentía el peso del esfuerzo por trabajar. Ni siquiera recuerdo haberlo sentido alguna vez en mi vida. Quizás solo esa vez que trabajé vendiendo pollo frito y duré dos días porque no pude soportar ese insoportable olor a aceite quemado.

La semana había sido espantosa. Ya sabía yo que en las escuelas debían impartir música y aprender a tocar instrumentos, pero ¿Debe ser todos los días? Me parecía innecesario. No recuerdo la última vez que había socializado tanto, sin contar las fiestas, como lo hice esta semana, y menos con tantos niños. Mi único acercamiento a los infantes era Finn y con eso me sobraba.

Pero tenía que ir acostumbrándome a esta nueva realidad.

Tengo que admitir que dentro de todo tenían bastante bien educados a esos niños, la mayoría era bastante amable, se callaban cuando se los pedía y les gustaba mucho la música. Eso fue lo que me animó a no renunciar. Lo terrible no era eso, sino los fluidos asquerosos que tenían los niños.

Nunca había visto tanta baba, mocos y vómitos juntos en un mismo lugar, sin contar la cantidad de olores nuevos que descubrí esta semana y las diferentes formas en que se combinaban.

Simplemente asqueroso.

Lo peor no ocurrió hasta hoy en la mañana cuando un niño literal me estornudó en la cara. Pude sentir las gotas de su saliva en mi boca y en mis ojos. Salí corriendo al baño a lavarme la cara, pero de inmediato supe que ya era demasiado tarde. Como si fuera magia, para cuando terminó mi jornada laboral, ya sentía mi cuerpo pesado.

Repito, vaya semana de mierda.

Lo único que rescato es lo amables que eran las maestras del jardín y mi jefecita. Soy bastante pésimo con los nombres, pero pude compartir varios cafés con Celia, la maestra que conocí cuando me mostraron el jardín, y Alba, a quién conocí mi primer día, son las únicas que recuerdo su nombre. Emma, quien se hacía llamar mi ''amiga'', se encargó de ignorarme por completo estos días. No me molestaba la verdad, lo único que odiaba era que cuando compartíamos con otras personas o frente a los niños era la persona más amable del universo, pero luego ni siquiera me miraba.

Vaya actriz. No la entendía, pero eso no era mi problema.

Cuando pude salir de mis pensamientos ya me encontraba cubierto por mi toalla de baño y aplicándome un gel de peinar frente al espejo de mi cuarto. Por fin era viernes, y sí, me sentía como la mierda, pero eso no me impedirá salir de fiesta. Ya había desperdiciado mi fin de semana pasado por organizar mis clases, no perdería otro día más.

Había quedado con Calum para ir a un antro del centro que concurríamos habitualmente, Ashton también se había sumado. Tenía unas ganas inhumanas de beberme hasta el agua del florero y la verdad, por primera vez en la vida, creo que me lo merezco. Incluso mi madre pensaba así, porque cuando le comenté que hoy no estaría por la noche no me puso su cara de perro rabioso como siempre lo hacía, al contrario, solo me agradeció por avisarle.

Para cuando Calum pasó por mí en el taxi que nos llevaría al antro, Ashton ya me había enviado cinco mensajes para que nos apresuráramos, decidí ignorarlo porque no tardaríamos más de diez minutos. Al llegar a donde estaban todos reunidos comprendí el por qué Ashton estaba tan desesperado con tenernos ahí.

Al costado de Ashton y Kay se encontraba la castaña con una cara de diez metros, fulminando con la mirada a Spencer, quien decidió venir con nadie más ni nadie menos que su ex.

kindergarten | luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora