–Narra Fuyuka
No era consciente de cuánto tiempo había pasado desde que me dejaron tirada en el templo, despojada como si fuese algo carente de valor. Las primeras horas, las pasé despertando a cada rato, gracias al dolor insistente de mi espalda y a las costras de sangre seca que tiraban de mi piel y volvían a abrir las heridas cada vez que me movía, provocando más dolor y escozor del que ya sentía. No había visto mi espalda aún, pero estaba completamente segura de que estaba destrozada.
Mi cuerpo tiritaba y grandes escalofríos me recorrían al sentir el contraste de mi cuerpo caliente con el frío del templo. Incluso mis dientes castañeaban entre ellos.
<<Tengo fiebre>> pensé mentalmente.
Solo la bata roja tapaba mi cuerpo, logrando pegarse a la humedad de mi espalda cada vez que una de las heridas volvía a abrirse. El templo apestaba a sangre, provocando que mi estómago se contrajera y revolviera por la fatiga que me producía el olor metálico. Aunque solamente lograría vomitar agua, ya que era lo único que los sirvientes había llevando al templo, por lo que llevaba sin comer desde entonces. Aunque no me importaba para nada, ya que ni siquiera tenía hambre. Lo único que deseaba en ese momento es que el dolor de mi espalda dejase de palpitar para que me perimitiese descansar. Mi labio también dolía cada vez que intentaba beber agua o pasaba la lengua por ellos, me había causado un gran corte con mis propios dientes al aguantar el dolor de los primeros azotes.
El mareo me recorría cada vez que movía la cabeza a causa de la fiebre, sintiéndome peor que horas antes cuando me dejaron en el templo. Si me hubiesen curado las heridas no me encontraría en esta situación tan devastadora, aunque si esto provocaba que muriera, tampoco me iba a quejar. Me sorprendía bastante que siguiese viva, en el momento en que Osamu me soltó en el templo creía que la muerte recurriría a mi. Pero parece que la deidad que controla el mundo de los muertos aún no me quería allí.
<<El dios de la muerte debe de ser un Igarashi, por eso no me deja morir, para que siga sufriendo...>> me dije mentalmente intentando soltar una risa, pero lo único que fui capaz de emitir fue un quejido ronco. <<Creo que estoy perdiendo la cordura>>
En realidad no quería morir. Si eso ocurría, no me imaginaba lo que pasaría con Satoru, lo que sería capaz de hacer por el dolor. Lo sabía porque yo también perdería la cabeza si él me faltase, si algún día le llegase a pasar algo... No, no quería ni siquiera pensar en eso.
Sentía mi corazón apretarse al pensar en cómo se sentiría cuando se enterase de todo lo sucedido. Porque sabía que él se enteraría de esto. Y que destruirá a todos.
Jamás pensé volver a ser feliz después de todo lo que me había sido arrebatado. Mis padres, mi hogar, mis sueños, mi felicidad... todo esto volvió gracias a él. Y también gracias a los demás que me han amado y apoyado durante todo este tiempo. Mi profesor, al que apreciaba tanto como si fuese mi padre. Mi gran amigo, al que a veces le molestaba la luz del sol, pero que era tan bueno y amable conmigo, que incluso soportaba a Satoru solo para verme feliz. Mi amiga que siempre me pide ayuda para escaquearse de las clases y a la que amo con toda mi alma, incluso con su vicio al tabaco. Mi hermano... ese amigo que se convirtió en parte de mi vida y de mi familia.
Suguru... en esos momentos no podía evitar pensar en él y en como estará. Aunque se llevó un trozo de mi corazón, seguía amándolo y preocupándome por él. Incluso después de lo que hizo seguía siendo mi hermano y eso jamás cambiará. Todos los momentos que vivimos juntos; las misiones, las clases, los almuerzos, las charlas o cuando peleaba con Satoru. Lo echaba tanto de menos. Estaba segura que si las cosas hubiesen sido diferentes y se hubiese quedado en la escuela, sería el primero en acompañar a Satoru y llenar de maldiciones este maldito lugar. Era tan protector que a veces parecía mi hermano de verdad. Me lamentaba tanto el no haberlo podido ayudar...
ESTÁS LEYENDO
INFINITO | Gojo Satoru
Fantasy-Eres el aire que respiro, Satoru -susurré rozando sus labios que formaban una sonrisa dulce. -Y tú... tú eres mi infinito, cariño. Nuestros labios se juntaron, formando una danza al ritmo de una suave melodía. Profesando un amor tan inmenso como el...