Narra Fuyuka.
Me bajé del coche de forma apresurada, seguida por mis alumnos y un nervioso Yuta. Entramos con rapidez por el arco de la escuela de hechicería de Kioto.
Habíamos llegado a la ciudad aproximadamente hacía menos de una hora por culpa de que mi misión se había alargado más de lo previsto. Ni siquiera me había dado tiempo a pasar por casa para ver a mis niños o a mi esposo, algo que me tenía un poco frustrada.
Los chicos no dejaban de mirar la ciudad y los alrededores pasmados. Aunque no era de extrañar.
Estaban acostumbrados a vivir en una ciudad como Tokio, donde los sonidos ensordecedores de la multitud junto a la contaminación de los transportes y el constante tráfico que la mayoría de veces ocasiona atascos interminables, era nuestro pan de cada día. Por eso cuando la gente que nunca ha salido de Tokio va por primera vez a Kioto, se impresionan bastante con la tranquilidad y el aspecto que posee la antigua capital de Japón.
Y no es que Kioto sea una ciudad arcaica, pero comparada con Tokio y su mayoría de barrios, si que era bastante tradicional.
En cada barrio de la ciudad había un templo o santuario, pero en el corazón de la urbe es donde más se concentran y donde se sitúan la mayoría de casas tradicionales, que poseían grandes jardines, adornados de árboles de Sakura, fuentes de piedra, esculturas budistas, múltiples plantas y flores. Las calles siempre estaban limpias y adornadas de farolillos de papel tradicional, como en la antigüedad cuando aún era la capital.
A causa de su apariencia y el estilo de vida de las personas en la ciudad, los turistas extranjeros llegaban a agobiar a los residentes, colándose en sus jardines para sacar fotos e incluso incomodando a las geishas que lo único que querían era hacer su trabajo. Gracias a esto la mayoría de calles estaban prohibidas las fotos e incluso la entrada a los extranjeros.
Por suerte para nosotros la escuela estaba a las afueras, al igual que la de Tokio, oculta entre la naturaleza haciéndose pasar por un templo budista privado. Las dos escuelas eran una copia exacta, solo cambiaba algunos colores en el tejados o algunas flores en el jardín, por lo demás eran como dos hermanas gemelas.
Nada más cruzar el arco de la puerta, en la entrada esperaba Nanami con los brazos cruzados y los alumnos de tercero a sus espaldas.
-Siento el retraso -dije un poco apenada dedicando a todos una reverencia de disculpa.
El cuerpo de Nanami se destensó, deshaciendo el agarre de sus brazos y colocándolos a cada lado de su cuerpo.
-No es tu culpa -dijo amablemente pero con el rostro serio-. Los directores saben que el retraso se debe a tu misión de última hora.
Suspiré aliviada.
Una semana antes del festival de intercambio, los peces gordos me mandaron a Hokkaido, más en concreto a la ciudad de Sapporo, donde una gran cantidad de energía maldita catalogada como grado especial se había hecho presente junto a la desapariciones de unas sacerdotisas jóvenes de diferentes templos de la ciudad. Durante toda la semana estuve investigando, pero jamás dí con ninguna maldición ni nada parecido. Algo bastante extraño era que en uno de los templos abandonados del lugar había una gran concentración de esa energía maldita y sangre en el suelo, pero como bien dije antes, no había ninguna presencia maldita en el lugar.
En cuanto vi que no tenía nada más que hacer, volví a Tokio, donde pasé rápidamente por mis alumnos que habían decidido esperarme para ir juntos al festival de intercambio.
-¿Ya está todo preparado? -pregunté mirando el equipaje de mano que llevaban mis alumnos.
-En treinta minutos empieza el primer evento -dijo Nanami para dirigirse a mis alumnos-. Uníos a vuestros compañeros de tercero, ellos os indicarán el lugar donde empezará la prueba y donde os preparéis.
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INFINITO | Gojo Satoru
Fantasy-Eres el aire que respiro, Satoru -susurré rozando sus labios que formaban una sonrisa dulce. -Y tú... tú eres mi infinito, cariño. Nuestros labios se juntaron, formando una danza al ritmo de una suave melodía. Profesando un amor tan inmenso como el...