capitulo 4

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-Os insto a regresar y cambiar de forma -declamó un joven tocado con sombrero hongo; los brazos estirados, implorando, hablando con voz temblorosa pero decidida-. Tal es la


fuerza de la magia y de mis conjuros. Fausto, ya sois un prestidigitador laureado que puede dar órdenes al gran Mefistófeles:


quin regis Mephistophilis fratris imagine.


Un silbido. Un muro de humo. Luego las llamas brotaron


de la nada. El papel previamente empapado en nitrocelulosa


provocó un estallido adicional en las lámparas de gas situadas


alrededor. La pequeña multitud que se había congregado en los


jardines de Luxemburgo abrió la boca, todos al mismo tiempo.


Quincey Harker, de espaldas al público, sintió una punzada


de orgullo ante su ingenuidad. Con una fugaz sonrisa se quitó


el bombín, se puso una perilla falsa, se caló un sombrero rematado en punta sobre la frente, se echó una capa sobre los hombros y, en lo que pareció un movimiento continuo y bien ensayado, saltó y giró sobre sí mismo al borde de la fuente Médicis.


Era el encuadre perfecto para una pantomima de Fausto; porque los Médicis habían sido una destacada familia florentina,


mecenas de artistas de vanguardia y de quienes se rumoreaba

que estaban confabulados con el diablo. Quincey, completamente a sus anchas en aquel improvisado escenario, no sólo

disfrutaba de su actuación, sino también de su ingenio.


Estaba haciendo lo que se conocía como chapeaugraphie


(cambiarse de sombrero para cambiar de personaje). Era una


técnica de actuación bien conocida, aunque rara vez utilizada

debido al alto nivel de destreza requerido, y por ello sólo la

usaban los actores de mayor talento... o los más arrogantes. Quincey recurrió a la sombra que proyectaban las escultu-


ras sobre el agua de la fuente para crear un efecto de mal augurio al tiempo que extendía su capa, se alzaba amenazador y


gruñía con voz profunda y demoniaca:


-Ahora, Fausto, ¿qué queréis que haga?


Quincey hizo una pausa, esperando el aplauso del público. No se produjo. Eso era extraño. Quincey levantó la mirada y se sorprendió al descubrir al público distraído. Algo


estaba captando su atención en el extremo norte del parque.


Trató de no dejar que esa distracción momentánea le desconcentrara. Sabía que su talento estaba a la altura del reto. Había representado el mismo papel en el Hippodrome de Londres, y era tan bueno que incluso había logrado ser el segundo


del cartel, justo antes de la atracción principal, Charles Chaplin,


maestro de la comedia. Se rumoreaba que Chaplin iba a abandonar Londres para buscar fortuna en América. Quincey había albergado la esperanza de ganarse el lugar de Chaplin,


pero su autoritario padre, Jonathan Harker, había aplastado


ese sueño sobornando al director del teatro y enviándolo a

una prisión sin barrotes de París: a estudiar Derecho en la


Sorbona.


Quincey empezó a sentir pánico cuando sus escasos espectadores comenzaron a dispersarse para ir a investigar la conmoción que se estaba produciendo en el extremo norte del

dracula el no muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora