capitulo 5

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Habían pasado treinta años desde la última vez que Seward

atravesara esas aguas, y entonces lo hizo a la luz de día. Remó

en la barca que había «adquirido» hasta el puerto de Villefranche-sur-Mer, después de viajar en coche de caballos hasta Antibes desde Marsella. Sólo sería robar si lo pillaban.


Tenía que llegar a París. Aunque tuviera suficiente dinero

para el viaje, el tren no partiría de Marsella hasta las diez en

punto de la mañana, para llegar a París a las once de la noche.


Era imprescindible que estuviera en el Théâtre de l'Odéon la

noche siguiente a las ocho.


Usando un nudo corredizo para asegurar la barca, dio unos


traspiés por el muelle de madera hasta que recuperó la estabilidad en las piernas. La visión del viejo lazareto animó a Seward.


Cuando era un joven médico idealista se había implicado en

una investigación financiada por el Gobierno francés, y había

trabajado con científicos brillantes como Charles Darwin. El estudio trataba de relacionar el comportamiento de animales como chimpancés, ratas y ratones con el de los humanos, con el

objetivo de fundamentar más sólidamente la teoría de la evolución de Darwin. Durante el tiempo pasado allí, Seward había

quedado fascinado con algunos de los sujetos a examen cuyas


acciones podían considerarse anómalas. ¿Por qué existían esas


anomalías? ¿Podía corregirse ese tipo de conducta anómala?


Seward sonrió recordando aquellos paseos junto al mar con


otros científicos del lazareto; en ellos habían debatido y desafiado las visiones arcaicas de la Iglesia sobre el creacionismo. Sus

estudios eran tan controvertidos que el Gobierno decidió poner


fin al trabajo y convertir el edificio en un laboratorio oceanográfico. Los científicos recibieron una compensación económica

con la condición de que se mantuvieran callados. Ése fue el dinero con el que Seward fundó su manicomio en Whitby.


Seward continuó subiendo la colina, desde la que se divisaba el puerto. Al observar la familiar ciudad costera que apenas

había cambiado desde su marcha, recordó el trabajo innovador


que había hecho en el caso de R. N. Renfield. Seward le había

diagnosticado a Renfield la rara enfermedad mental de la zoofagia, caracterizada por la ingesta de animales vivos. El hecho


de que el señor Renfield hubiera pasado toda su juventud siendo «normal» antes de mostrar signos de enfermedad mental lo


convertía en un caso de estudio clínico perfecto.


-Renfield -murmuró Seward en voz alta.


Se había sentido muy esperanzado cuando Renfield llegó al


manicomio de Whitby. El paciente, que había sido un abogado

prometedor, de repente había involucionado convirtiéndose en


un loco de atar que devoraba insectos. Si Seward hubiera conseguido curar a Renfield, podría haber probado que la enfermedad

dracula el no muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora