Al seguir al director por el laberinto del opulento Théâtre de
l'Odéon, Quincey se sentía como un Teseo moderno. Se fijó en
los «caballos», hombres que ahora parecían centauros que trataban de liberarse de sus elaborados disfraces. Pasaron a su lado mujeres a medio vestir con cuerpos de ninfa. Antoine se detuvo delante de una puerta que llevaba el nombre de Basarab.
Llamó.
-Excusez-moi, ¿monsieur Basarab? El joven caballero está aquí.Hubo un largo momento de silencio. Cuando Quincey yaempezaba a pensar que, después de todo, no iba a conocer a Basarab, la voz de barítono resonó desde detrás de la puerta.
-Que pase.
Quincey respiró hondo, se tragó los nervios y franqueó elumbral. Basarab estaba sentado delante de su espejo, leyendo
la carta de Quincey. El actor no levantó la mirada, pero, mientras seguía leyendo, hizo un gesto amable y dijo:
-Entre, por favor.
Quincey obedeció lo más deprisa posible y cerró la puertatras de sí. Miró a su alrededor por el espacioso camerino. Una
pila bien formada de arcones se alzaba en un rincón como una
pequeña fortaleza. Carteles enmarcados de anteriores producciones de Basarab colgaban simétricamente contra la pared detela. Muebles opulentos decoraban la sala, que era mucho más
espléndida que el habitual surtido de sillas diferentes que normalmente se encontraban en el camerino de un actor. Habíauna extravagante chaise longue de estilo egipcio junto a una
pequeña y elegante mesa de pedestal puesta para el té. Basarab siguió leyendo. Quincey se preguntó si estaría mirando la carta por primera vez.
-Discúlpeme, señor Harker -dijo Basarab con tono amistoso-. Me ha encantado su carta; de hecho estaba tan honrado que he querido leerla con sumo cuidado una segunda vez.
Era como si Basarab pudiera leerle la mente.
-No puedo creer que esté en su presencia -dijo Quincey
apresuradamente-. No puedo explicarlo, pero al verle mi vida, de repente, ha cobrado sentido.
Quincey se preguntó si podía haber dicho algo más estúpido, pero para su sorpresa Basarab sonrió afectuosamente.
-Disculpe mis malos modales. -Basarab rio-. Mi padre
me desheredaría. Por favor, siéntese y tome una taza de té.
Quincey casi temía sentarse en la antigua y delicada chaise longue egipcia, pero no quería ofender a su anfitrión. Sesentó en el borde mientras Basarab servía té en dos elegantes
tazas de cristal. Quincey cogió cuidadosamente una de ellaspara examinar su base bañada en plata y el asa grabada con las
iniciales I. L. La tetera, la jarrita de leche y el azucarero lleva-
ban todos el mismo monograma. Quincey se preguntó quién
sería I. L.
-Ivan Lebedkin -dijo Basarab.
Quincey lo miró, sobresaltado; una vez más, el actor parecía haberle leído la mente. Entonces se dio cuenta de que estaba pasando el dedo inadvertidamente por las iniciales de la taza. Basarab no era clarividente, sólo un cuidadoso observador