capitulo 8

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Al seguir al director por el laberinto del opulento Théâtre de

l'Odéon, Quincey se sentía como un Teseo moderno. Se fijó en

los «caballos», hombres que ahora parecían centauros que trataban de liberarse de sus elaborados disfraces. Pasaron a su lado mujeres a medio vestir con cuerpos de ninfa. Antoine se detuvo delante de una puerta que llevaba el nombre de Basarab.


Llamó.


-Excusez-moi, ¿monsieur Basarab? El joven caballero está aquí.Hubo un largo momento de silencio. Cuando Quincey ya

empezaba a pensar que, después de todo, no iba a conocer a Basarab, la voz de barítono resonó desde detrás de la puerta.


-Que pase.


Quincey respiró hondo, se tragó los nervios y franqueó el

umbral. Basarab estaba sentado delante de su espejo, leyendo

la carta de Quincey. El actor no levantó la mirada, pero, mientras seguía leyendo, hizo un gesto amable y dijo:


-Entre, por favor.


Quincey obedeció lo más deprisa posible y cerró la puerta

tras de sí. Miró a su alrededor por el espacioso camerino. Una

pila bien formada de arcones se alzaba en un rincón como una


pequeña fortaleza. Carteles enmarcados de anteriores producciones de Basarab colgaban simétricamente contra la pared de

tela. Muebles opulentos decoraban la sala, que era mucho más


espléndida que el habitual surtido de sillas diferentes que normalmente se encontraban en el camerino de un actor. Había

una extravagante chaise longue de estilo egipcio junto a una


pequeña y elegante mesa de pedestal puesta para el té. Basarab siguió leyendo. Quincey se preguntó si estaría mirando la carta por primera vez.


-Discúlpeme, señor Harker -dijo Basarab con tono amistoso-. Me ha encantado su carta; de hecho estaba tan honrado que he querido leerla con sumo cuidado una segunda vez.


Era como si Basarab pudiera leerle la mente.


-No puedo creer que esté en su presencia -dijo Quincey


apresuradamente-. No puedo explicarlo, pero al verle mi vida, de repente, ha cobrado sentido.


Quincey se preguntó si podía haber dicho algo más estúpido, pero para su sorpresa Basarab sonrió afectuosamente.


-Disculpe mis malos modales. -Basarab rio-. Mi padre


me desheredaría. Por favor, siéntese y tome una taza de té.


Quincey casi temía sentarse en la antigua y delicada chaise longue egipcia, pero no quería ofender a su anfitrión. Se

sentó en el borde mientras Basarab servía té en dos elegantes


tazas de cristal. Quincey cogió cuidadosamente una de ellas

para examinar su base bañada en plata y el asa grabada con las


iniciales I. L. La tetera, la jarrita de leche y el azucarero lleva-


ban todos el mismo monograma. Quincey se preguntó quién


sería I. L.


-Ivan Lebedkin -dijo Basarab.


Quincey lo miró, sobresaltado; una vez más, el actor parecía haberle leído la mente. Entonces se dio cuenta de que estaba pasando el dedo inadvertidamente por las iniciales de la taza. Basarab no era clarividente, sólo un cuidadoso observador

dracula el no muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora