Mina Harker estaba de pie en la pequeña terraza, contemplando la noche. Ansiaba algo, pero no sabía qué. Tiritó al oír
los repiques que sonaban en la catedral, cercana, aunque no tenía frío. Por encima de la catedral lo que parecía una niebla carmesí poco natural estaba descendiendo desde las nubes, como
si el cielo mismo estuviera sangrando. La niebla se movió rápidamente hacia ella, contra el viento. Sus ojos se abrieron cuando retrocedió al estudio de su marido y cerró las puertas con
postigo. En una oleada de pánico, corrió de ventana en ventana, y las cerró de golpe. Al cabo de un momento, una ráfaga de
viento encolerizado azotó el cristal con tanta fuerza que Mina
retrocedió por miedo a que se hiciera añicos.
El aullido del viento se hizo cada vez más alto. Luego, en uninstante, no hubo nada, sólo un silencio ensordecedor. Mina se
esforzó por escuchar cualquier sonido, cualquier movimiento.
Atreviéndose al fin a mirar entre los postigos, vio que la casaestaba envuelta en niebla. No podía ver un centímetro más allá
de la ventana.
Una llamada en la puerta de la calle, un sonido fuerte yhueco, resonó en las vigas altas del vestíbulo. La mujer se sobresaltó. Se oyó otro golpe y luego otro. Cada nuevo golpe se
hizo más alto, más enérgico.
Mina no se movió. No podía moverse. Quería correr, pero eltemor de que pudiera ser él, de que pudiese haber vuelto, la paralizaba. Sabía que era imposible. Él estaba muerto. Todos lo habían visto morir. Se oyó el sonido de cristal rompiéndose en el
piso de abajo. Mina percibió que las puertas delanteras se abrían
y el sonido de algo que se arrastraba por el suelo de mármol. Jonathan había salido, como de costumbre. A Manning, el mayordomo, le habían dado la tarde libre. Pero ahora alguien más -o
algo- estaba en la casa con ella. Mina retrocedió a un rincón encogiéndose de miedo. Estaba enfadada consigo misma por sertan débil; no sería prisionera en su propia casa, de nada ni de nadie, menos aún de sí misma. Sus anteriores experiencias con lo
sobrenatural le habían enseñado que encogerse y acurrucarse
como una colegiala asustada no obligaría al mal a retroceder. Enfrentarse a esa oscuridad era la única forma de combatirla.
Cogió una espada ceremonial japonesa de la pared, un regalo de uno de los clientes de Jonathan. A Mina nunca le habíagustado el lugar principal que Jonathan le había dado en la sala. Se acercó a la parte superior de la espléndida escalera y searrodilló para ver a través de los barrotes de hierro forjado de
la barandilla. La puerta de la calle estaba abierta de par en par.
Un rastro tortuoso de gotas de sangre manchaba el suelo des-
de el umbral, cruzando el vestíbulo y llegando hasta el salón.
La espantosa idea de que Jonathan hubiera regresado a casa y
estuviera herido en cierto modo desvaneció todos los temores