capitulo 10

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Mina Harker estaba de pie en la pequeña terraza, contemplando la noche. Ansiaba algo, pero no sabía qué. Tiritó al oír

los repiques que sonaban en la catedral, cercana, aunque no tenía frío. Por encima de la catedral lo que parecía una niebla carmesí poco natural estaba descendiendo desde las nubes, como

si el cielo mismo estuviera sangrando. La niebla se movió rápidamente hacia ella, contra el viento. Sus ojos se abrieron cuando retrocedió al estudio de su marido y cerró las puertas con

postigo. En una oleada de pánico, corrió de ventana en ventana, y las cerró de golpe. Al cabo de un momento, una ráfaga de


viento encolerizado azotó el cristal con tanta fuerza que Mina


retrocedió por miedo a que se hiciera añicos.


El aullido del viento se hizo cada vez más alto. Luego, en un

instante, no hubo nada, sólo un silencio ensordecedor. Mina se

esforzó por escuchar cualquier sonido, cualquier movimiento.


Atreviéndose al fin a mirar entre los postigos, vio que la casa

estaba envuelta en niebla. No podía ver un centímetro más allá

de la ventana.


Una llamada en la puerta de la calle, un sonido fuerte y

hueco, resonó en las vigas altas del vestíbulo. La mujer se sobresaltó. Se oyó otro golpe y luego otro. Cada nuevo golpe se


hizo más alto, más enérgico.


Mina no se movió. No podía moverse. Quería correr, pero el

temor de que pudiera ser él, de que pudiese haber vuelto, la paralizaba. Sabía que era imposible. Él estaba muerto. Todos lo habían visto morir. Se oyó el sonido de cristal rompiéndose en el


piso de abajo. Mina percibió que las puertas delanteras se abrían


y el sonido de algo que se arrastraba por el suelo de mármol. Jonathan había salido, como de costumbre. A Manning, el mayordomo, le habían dado la tarde libre. Pero ahora alguien más -o


algo- estaba en la casa con ella. Mina retrocedió a un rincón encogiéndose de miedo. Estaba enfadada consigo misma por ser

tan débil; no sería prisionera en su propia casa, de nada ni de nadie, menos aún de sí misma. Sus anteriores experiencias con lo


sobrenatural le habían enseñado que encogerse y acurrucarse


como una colegiala asustada no obligaría al mal a retroceder. Enfrentarse a esa oscuridad era la única forma de combatirla.


Cogió una espada ceremonial japonesa de la pared, un regalo de uno de los clientes de Jonathan. A Mina nunca le habíagustado el lugar principal que Jonathan le había dado en la sala. Se acercó a la parte superior de la espléndida escalera y se

arrodilló para ver a través de los barrotes de hierro forjado de

la barandilla. La puerta de la calle estaba abierta de par en par.


Un rastro tortuoso de gotas de sangre manchaba el suelo des-


de el umbral, cruzando el vestíbulo y llegando hasta el salón.


La espantosa idea de que Jonathan hubiera regresado a casa y


estuviera herido en cierto modo desvaneció todos los temores

dracula el no muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora