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Buenos Aires, Argentina. 1985


Luz firmó con su típico garabato aquel importante documento.

Al finalizar, lo releyó con cuidado. Acababa de firmar el contrato para alquilar por tres años aquel departamento, por fin dando el gran paso a independizarse.

– Bueno, eso sería todo el papeleo entonces Luz. – dijo Ricardo, el agente inmobiliario, un hombre regordete con unos característicos lentes de mucho aumento.
Él sonrió mientras guardaba todos los papeles en un sobre de papel madera.

Ella miró a su alrededor. No era la gran cosa. Se trataba de un departamento de una sola habitación, baño y cocina.

Una pésima vista. casi se perdía de vista, en medio de tantos otros edificios de la ciudad. Con estructura algo anticuada de medio pelo, paredes recién pintadas pero un piso de madera bastante percudido.

En fin, era suficiente para ella, y más o menos lo mejor que podía pagar con su reciente sueldo de profesora de arte en una escuela pública. Ya le daría su toque personal.

– Muchas gracias por todo Ricardo. – le sonrió amable, volviendo a su mirada.

Aquellos últimos meses había estado recorriendo varios departamentos, en busca de uno especial.
No variaban mucho uno de otro, todos de clase media baja.
Pero al llegar a ese, algo le decía que era el lugar indicado, el lugar que había estado buscando.

Él le entregó la llave, y luego de una breve despedida se fue de ahí dejándola sola en su nuevo departamento, que estaba en el tercer piso del edificio.

Luz suspiró y se acercó a la ventana, echando un vistazo. La abrió muy a duras penas, estaba algo dura.
Tomó un gran respiro de aire fresco, y sonrió al ver que al menos un bonito árbol de jacarandá adornaba la vereda.

• • •

Los primeros días habían sido un caos. Las mudanzas siempre eran cansadoras, y ésta al ser la primera y con casi nada de experiencia en el tema, fue larguísima.

Por suerte de sus amigos junto a su papá, Tony, la ayudaron con gusto.

Tony insistía en volver los días siguientes, para seguir ayudando a Luz a armar los muebles que faltaban para terminar de amoblar el departamento. Y así, siguió viniendo hasta que al quinto día Luz le dijo amablemente, que apreciaba su visita y ayuda, pero que necesitaba estar sola y acomodarse - a su manera- a su nueva vida por sus propios medios.

.

Con un departamento casi terminado y mucho trabajo atrasado de la escuela, un domingo por la tarde Luz se tiró en su pequeño sillón a corregir trabajos mientras se tomaba unos buenos mates.

Hasta ahora, la vida en aquel edificio había sido dentro de todo bastante tranquila. Algunos vecinos la saludaban, otros ni siquiera notaban su existencia. Había unos pibes que corrían todas las mañanas las escaleras para ir a la escuela, y un bebé que no paraba de llorar por las noches algunos pisos más arriba.

Pero dentro de todo bien. Nada fuera de lo común. Claro, hasta esa misma tarde.

Mientras garabateaba un ocho en un trabajo medio desprolijo de texturas, perteneciente a un alumno de segundo grado, escuchó un estruendo provenir de la ventana que daba a la calle.

Echó un vistazo hacia ésta alzando una ceja, pero no quiso darle mucha importancia. Buenos Aires de por sí era ruidosa siempre.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora