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Cuando acabaron de desayunar, Lisandro se incorporó por fin de la cama.

– Bueno, me parece que yo ya me voy yendo... Tengo que trabajar a la tarde.

– Ah si... ¿En la radio no?

– Si... creo que sos la primera mina que me escucha cuando hablo. – rió divertido. Ella rió.

– Bueno, no te detengo más entonces.

– Igual, si fuera por mí me quedo todo el día eh...– sonrió coqueto, y se acercó a Luz para darle un beso.

Aquella le correspondió por compromiso más que por otra cosa.

No sabia por qué aquel boludo se había enganchado tanto. No veía la hora de que se vaya de su casa.

– La pasé muy bien, gracias por todo... Podríamos vernos otra vez. ¿Que decís? Y te invito a tomar algo...

– Si podría ser. – sonrió de lado mientras él se levantaba, y tomaba sus cosas.

– ¿Tenés que abrirme abajo no?

– No, no... es manija común.

– Ah, bueno dale...

Ella lo acompaño hasta la puerta del departamento, y él le dió otro apasionado beso.

– Nos vemos linda, cuídate.

– Igualmente, suerte.

Lo vio retirarse del pasillo derecho a las escaleras.

Luego, por curiosidad, se asomó por la ventana de su pequeño balcón para verlo subir al auto.

Bueno, flasheo confianza pero no estuvo tan mal. Sonrió recordando lo boludo que era. Quizá si se hubiera vuelto con el borracho, se habría ido mientras dormía.

– ¿Compañero de desayuno, eh? – escucho una voz conocida por debajo.

Pegó un saltito del susto, y rápidamente bajó la mirada. Ahí estaba Gustavo, mirándola como con enojo y burla a la vez.

– ¿Que me estas espiando? – preguntó Luz, frunciendo el ceño.

– No, para nada... Estoy en mi departamento cómo verás.

Ella lo miró sería, y se adentró a su departamento. No iba a discutir por eso.

Bueno, podía decirse que su plan de llamar la atención de Gustavo había funcionado. ¿Había valido la pena?... No estaba tan segura.

Parecía que había vuelto a la época en la que se peleaban por boludeces en una guerra de vecinos. Al menos, en aquel entonces era divertido.

Ahora lo extrañaba.


• • •

Unos dos días después. Luz se lo cruzó en las escaleras.
Se quedó helada al verlo después de tanto.

– Hola. – dijo él, y siguió camino.

¿A caso estaba enojado? ¿Él estaba enojado? Si lo estaba, no tenía absolutamente ningún motivo para estarlo.

– Buen día. – dijo ella, y lo siguió rápidamente. – ¿Cómo va?

– Bien. – dijo breve.

No parecía querer seguir charlando.

Bien. Si así lo quería, ella no iba a ceder.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora