6

651 57 13
                                    


Luz le contó su caótico día a Gustavo mientras tomaban unos mates. Éste de vez en cuando se reía divertido, y a veces la compadecía apenado.

– Ah pero te paso de todo... – dijo el divertido.

– Si, bueno. Cómo verás, no es mi día de suerte. – le respondió apenada.

– ¿Querés darte un baño mientras llamo al cerrajero? – preguntó amable.

– No, por favor... – dijo enseguida, algo tímida. – No podría.

– ¿Por qué no? Está todo bien, de verdad... Yo te presto ropa limpia.

Ella lo miró no muy convencida. La verdad es que le daba algo de vergüenza. No había tanta confianza como para bañarse en su departamento.

– Insisto, te vas a sentir mejor. Lo necesitas.

– Bueno, está bien... Gracias Gustavo. – sonrió de lado.

.

Luz salió de bañarse vistiendo una camiseta y un jogging de Gustavo, los cuales le quedaban bastante grandes. Parecía un cantante de rap o algo por el estilo.

Peinando su cabello con los dedos ya que parecía no haber ningún peine ahí, salió a la sala nuevamente al encuentro de su vecino quien tocaba la guitarra animado.

– ¿Llamaste al cerrajero? – lo sacó de su trance, y éste alzó la vista rápidamente.

Sonrió al verla en un acto casi de reflejo, que no pudo evitar.

– Si... Dijo que iba a venir en un rato cuando pare la tormenta.

Luz bufó irritada, y se tiró en el sillón al lado de él.

– ¿Mejor? – giró su rostro para verla.

Era la primera vez que estaban tan cerca.

Pudo admirar sus facciones femeninas. Suaves y redondeadas, detrás de un rostro cansado y apenado.

Ella alzó la vista para encontrarse con sus ojos celestes.

– Si, mejor. Gracias. – sonrió. – ¿No me veo increíble en tu ropa? Me queda mejor que a vos. – lo molestó, recuperando un poco el ánimo.

El río.

– No te creas. – bromeó. – No te amargues... Cuando pase la tormenta va a venir el cerrajero, y vas a poder entrar a tu departamento. Es un día malo, pero lo bueno es eso. Es sólo un día.

– Gracias por todo, Gus. – suspiró. – No se por que sos tan amable conmigo después de todo lo que pasó.

– ¿Todo lo que pasó? – preguntó confundido.

– Si, ya sabes... Lo de la ropa, lo del gato, lo del partido... En fin.

El soltó una risa divertido.

– Pero si esas son pavadas...

– Me pase con lo de la ropa, ¿No?

– Y, ese día tuve que usar un traje que me prestó un amigo. Me quedaba cortina de todos lados, imagínate como me veía...

Los dos estallaron en risas.

– Pero no es nada. Vicente no tuvo que entrar en tu departamento, jamás pensé que haría algo así.

– Es muy lindo en realidad, a pesar de que cague así. – contesto divertida, y volteo a ver al gato que dormía encima de un mueble tranquilamente. – ¿No te hicieron quilombo por ésto?

– Obvio que si. Ricardo me amenazó que si para la vuelta el gato seguía acá, me iba a rajar con gato y todo del edificio.

Ambos rieron.

– Deberían hacer una excepción. Después de todo, si se queda acá adentro no veo por qué sería un problema.

– Ojalá cambie de opinión.

Se hizo unos segundos de silencio entre los dos. Luz volteo a ver a Gustavo nuevamente.

Una nariz puntiaguda, y una cabellera repleta de rulos. Su figura era tan... Única.

– La primera vez que te ví me dijiste "quédate tranquila que esto nunca pasa"... Y pasaron un montón de cosas. – comentó divertida.

– Lo de echarme nunca pasa. Lo demás, bueno... Puede que pase de todo.

La miró sonriendo.

Rápidamente cambiaron de tema, y mientras Gustavo tocaba una canción para entretener a Luz, la tormenta poco a poco iba cesando.

.

Estaban muy entretenidos hablando de sus vidas, y riendo por tonterías cuando sonó el timbre del departamento de Gustavo.

– Ese debe ser el cerrajero. – dijo parándose.

Luz hizo una mueca. El tiempo había pasado volando, y por más extraño que sonara, en el fondo no quería que sea el cerrajero quien toque el timbre. Quería seguir hablando con Gustavo... Le había caído muy bien, al hablar con el sentía una conexión extraña. Como si lo conociera de otra vida.

– ¿Hola?... – contestó el teléfono del portero. – Si... Ahí bajo.

Colgó, y mientras se ponía una campera agarró sus llaves.

– Es el cerrajero, ahí vengo. Si querés anda subiendo a tu departamento.

– Dale.

Luz se paró resignada, y mientras Gustavo salía de ahí se acercó a Vicente para despedirse.

Y cuando volteó para irse por la puerta noto que encima de una pequeña mesita al lado de la entrada había un libro cuya portada conocía muy bien.

"Poemas de amor" de Idea Vilariño. Aquel libro que estaba leyendo cuando él halagó una de sus citas, y preguntó si era Alejandra Pizarnik.

Lo tomo y lo examinó, parecía nuevo. Se preguntó si el ya lo tenía y conocía a la poetisa, mintiendo para sacar conversación. O si después de que ella la mencionara él había comprado ese libro.

Una gran sonrisa se asomó en su rostro, pero se apresuró a dejarlo dónde estaba y correr a su departamento antes de que el la encuentre ahí, husmeando entre sus pertenencias.

.

Finalmente dentro de su casa luego del trabajo hecho, Luz le pagó al cerrajero y éste se fue dejando a ambos solos en el departamento de la chica.

Al parecer tendría que cambiar la cerradura, ya que la vieja había quedado destruída. Aquella noche debería dormir con una silla en la puerta, y por la mañana vendría el mismo cerrajero a cambiarla por una cerradura nueva.

– Tu departamento está mucho más ordenado que el mío. Qué vergüenza... – observó él mirando todo entre risas, y se acercó a su mesa. – ¿Estos son los trabajos de tus alumnos?

– Si. Tenía que corregirlos pero me atrase. Ahora hasta la semana que viene no van a poder saber su nota.

– Bueno, son cosas que pasan... No te amargues. Mira el lado bueno, ya pudiste entrar a tu departamento.

– Eso es verdad... Gracias por todo Gustavo. Te debo una.

– No fue nada, para eso están los vecinos.

– Voy a tener que compensarlo... ¿No?

– Con una buena comida me conformo. – sugirió alzando ambas cejas, mientras seguía pasando los trabajos de sus alumnos, curioso.

Ella rió y se sentó en la mesa a su lado.

– ¿Y qué te gusta?

– Bifes con salsa de cebollas definitivamente no.

La miró en reproche, y ella no evitó estallar en risas.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora