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Un miércoles por la noche, Gustavo salió de la facultad junto a Zeta después de su última clase, aquella que terminaba más tarde, cuando llegando a la esquina se llevó una gran sorpresa.

Luz estaba ahí, junto a su bicicleta sonriente.

– Ah bueeee... – lo molestó Zeta, y Gustavo le dió un brusco empujón riendo.

– Hola, ¿Qué haces acá? ¡Que sorpresa! – dijo Gus sonriente, y la saludó con un corto beso en los labios.

– Quise venir a buscarte, además... Te tengo una sorpresa.

– Que lindo... – sonrió arrugando su nariz.

– Hola Zeta, ¿Cómo va?

– Todo bien, ¿Vos flaquita? – saludo amistosamente a la rubia.

Después de la declaración y el acuerdo de que ambos iban a intentarlo, habían pasado un par de semanas.

Habían tenido varias citas, en las que poco a poco fueron conociéndose más y por ende gustandose cada día más.

Luz ya era más que bienvenida en el grupo de amigos de Gustavo, les había caído bien desde que la habían conocido.

– Bien, hoy salí más temprano de la escuela. – explicó sonriendo. – ¿Ustedes, que tal la clase?

– Nada, el profesor es un viejo gagá que da las cosas como el culo pero bue... Se hace lo que se puede. – se encogió de hombros, haciendo reir a ambos. – Bueno, yo los dejo... Me voy a hacer mis cosas.

– Nos vemos mañana. – Gustavo saludo a su amigo, y luego Zeta se despidió de Luz.

– Pásenla lindo. – les guiñó un ojo y se alejó de ellos, caminando en dirección contraria.

– ¿Así que una sorpresa, eh? – pregunto Gustavo sonriendo.

– Así es. Pero la primer parada es en una vinoteca.

Gustavo alzó ambas cejas interesado, y comenzaron a caminar, mientras Luz llevaba a un lado su bicicleta.

– ¿Te llevo?

– ¿En la bici? Estás loco, nos vamos a matar. 

– ¿Por qué? No debes pesar nada. Dale subite...

Después de insistirle, Gustavo se subió a la bicicleta de Luz, y ella se sentó en el manubrio.

Entre risas hasta mantener el equilibrio, él comenzó a andar en bicicleta hasta la dirección que ella le había dicho.
Compraron un vino elegido por Gustavo, y luego volvieron hasta el edificio.

Llegaron entre risas, y Luz le indicó que la sorpresa se encontraba en su departamento, así que tendrían que subir un piso más.

Gustavo estaba emocionado y curioso de qué se trataría la sorpresa. Esos detalles le encantaban de ella, siempre era tan divertida y espontánea. Le encantaba que lo sorprendan, y si provenía de ella mejor.

– ¡Tápate los ojos! – lo señaló, mientras abría la puerta de su departamento.

Gustavo riendo se cubrió los ojos, y se adentró con cuidado al departamento de Luz. Un rico aroma a comida invadió sus fosas nasales.

Escuchó unos ruidos, y sus pasos apresurados de aquí para allá.

– ¿Qué estás haciendo? – preguntó divertido.

– ¡Ahora sí, abrilos!

Él quitó sus manos de sus ojos, y al ver de qué se trataba aquella supuesta sorpresa una gran sonrisa se asomó en su rostro.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora