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Zeta se acercó a Gustavo, encontrandolo nuevamente entre la multitud.

– ¿Y, nos pagan hoy o mañana? – le preguntó él castaño.

Pero veía que su mirada estaba fija al otro lado del bar. Volteo a ver qué tanto estaba mirando, y comprendió en un segundo de que se trataba aquella mirada de loco.

– Dormiste. – le dijo en joda.

– Callate.

– Y si nos contaste que se estuvieron ignorando hace varios días. Ahora éste aprovechó.

– Ignorando no significa que lo nuestro haya acabado...

– Bueno, en realidad nunca comenzó. ¿Que pasó, no ibas a hacer las cosas bien?

– La otra vez estuvo con un flaco. Lo ví justito a la mañana cuando se iba. Me re calenté, y por orgullo no le pude hablar más.

Zeta formó una o con sus labios, y comenzó a reírse divertido.

– No me la contes... Igual me parece perfecto, si vos eras igual hace un tiempo atrás. Además no son nada, la mina puede hacer lo que quiera.

– Si ya se. Ya no sé que hacer, Zeta. No sé cómo arreglar ésta situación.

– Y para empezar andá a hacer presencia, no te quedes acá mirando como un boludo.

Le dió un empujón de atrás.

– Se supone que estoy enojado por lo que ví la otra vez.

– Gustavo, no seas boludo ¿querés?. No tenes ningún motivo para enojarte porque la mina estuvo con otro flaco. Vamos, dale.

El cantante lo siguió resignado. Zeta tenía razón, y cuando estaban llegando a la mesa mejoró su compostura.

Tenía que arreglar la situación. O Charly le iba a ganar de mano.

– Hola, ¿Cómo va? – Zeta saludo a Luz y a sus amigas que justo llegaban a la mesa también.

– ¡Ey, qué hacen! Qué coincidencia, nos encontramos todos. – ella los saludo amable y simpática.

Cuando llegó el momento de saludarse entre ellos, Gustavo la saludó posando una mano en su hombro cariñosamente.

Ella no dijo más nada, y prosiguió hablando con los demás, presentando a sus amigas con los chicos.

– ¿Así que ahora van a tocar, me contaba Charly? Que buena onda...

– Así es. Los tres, por fin. – sonrió Zeta.

En ese momento, Gustavo se percató del hecho de que ella estaba ahí. Estaba ahí porque iba a verlos... Y si iba a verlos, es porque aún él le importaba. Sino no estaría ahí, ¿Cierto?

Una chispa de esperanza se volvió a encender en su interior.

– ¿Cómo estuviste todo este tiempo? – le preguntó, animandose a hablarle.

– Bien, todo ha ido bien. El trabajo bien... Mi proyecto. ¿Y vos?

No parecía enojada, eso era un avance.

– Todo bien. Ya hemos grabado un par de canciones con los chicos... Deberías escucharlas.

– Obvio, cuando quieras. – sonrió.

Iba a decirle de salir al patio a fumar un rato, y charlar más en privado, pero el dueño del lugar los interrumpió para que vayan preparándose para tocar.

Maldijo por sus adentros por aquella interrupción, pero luego se despidió de todos amablemente y los tres se retiraron de ahí para prepararse para la presentación.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora