5

595 46 4
                                    

Había pasado alrededor de una semana en la que ninguno de los dos cometió una imprudencia. Gustavo no se volvió a vengar de Luz y tampoco se habían vuelto a cruzar.

Ella comenzaba a sospechar de que quizá él se había vuelto a ir a alguna de sus giras con la banda, ya que no lo escuchaba tocar la guitarra por las noches.

Y él, sospechaba que quizá tenía más trabajo que de costumbre.

.

Un miércoles la ciudad de Buenos aires amaneció con un clima terrible. Fuertes vientos azotaban los árboles en las calles,  lluvias intensas cayeron desde la primera hora y hasta habían avisado por los noticieros que la gente debía circular con cuidado o en lo posible permanecer en casa.

Luz no tenía mucha opción, tenía que dar clases igual. Cómo su único medio de transporte era su bicicleta, aquel día tuvo que optar por tomarse el colectivo.

Grave error. El día comenzó terrible no solo por el temporal que estaba cayendo, sino porque había llegado tarde y ella nunca llegaba tarde.

Además, los niños se habían portado terrible, y cuando la jornada había acabado para rematarla se resfaló en el piso húmedo de la entrada y se cayó enfrente de todos los profesores que iban saliendo,  cometiendo un papelón total.

Con la ropa llena de barro y la dignidad por los subsuelos (ya parecía costumbre que le pasen tantas cosas vergonzosas), algunos compañeros la ayudaron a pararse e insistieron llevarla hasta la casa.

Aceptó la propuesta de un compañero, únicamente porque temía que con la mala suerte que cargaba ese día le ocurra algo más en el camino si se tomaba otro colectivo más.

– Gracias por traerme Luis. – volteo a ver apenada a su compañero. Él era el profesor de matemáticas de sexto grado.

– No pasa nada, te diste un buen golpe allá, me asustaste. ¿Estás bien?

– Si, estoy bien de verdad... Perdón por ésto. – señalo el asiento que ahora estaba todo embarrado.

El río divertido.

– No es nada, lo importante es que llegaste sana y salva a tu casa.

Ella se acercó a saludarlo, y después de una breve despedida él se fue. "Al fin en casa" sonrió Luz.

Subió las escaleras matada, deseando darse una ducha caliente y tomarse unos buenos mates.

Al llegar a su puerta comenzó a buscar las llaves de su departamento en el bolso. No las encontraba, pero eso era normal con la cantidad de cosas que llevaba encima todos los días.

Se sentó en el suelo para buscar mejor, y corriendo los mechones empapados de su rostro, ya algo nerviosa comenzó a sacar todas las cosas en el suelo.

No estaban. Las llaves de su departamento no estaban.

– No, no no... Ahora no por favor. – murmuró desesperada.

Intentó hacer memoria, pero no recordaba dónde las había dejado. Había salido tan apurada, que no sabía si estaban dentro o las había perdido en el camino.

– Pensa, pensa... – miro hacia todos lados nerviosa. – ¡Ricardo! Ricardo tiene las copias.

Junto todo guardandolo nuevamente en su bolso (que estaba hecho un asco, empapado y embarrado igual que ella) y bajo casi corriendo las escaleras hasta la portería del edificio.

Golpeó insistente la puerta, y una portera salió de ahí.

– Buenas tardes, disculpa la molestia... ¿Sabes si Ricardo ya se fue?

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora