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Un viernes por la noche Luz volvió al edificio relativamente temprano, luego de salir a cenar con sus amigas.

Y para su sorpresa, se encontró a su vecino Gustavo saliendo del edificio junto a una chica, abrazándola por los hombros y acompañado de unos amigos.

Luz se quedó perpleja por unos segundos, procesando lo que estaba viendo.

Ésta no era la misma muchacha que se había cruzado por las escaleras semanas atrás. Pero todas parecían tener el mismo estilo.

– Hola Luz... ¿Cómo va? – preguntó Gustavo sonriente y amable.

– H-hola... ¿Todo bien vos? – correspondió su saludo con un movimiento de cabeza.

Él la quedó mirando, con intenciones de seguir hablando o preguntarle cómo había estado estos días. Pero notó que la charla había acabado cuando ella se adentró rápidamente al edificio.

– ¿Y esa? – preguntó Vera, la mujer que lo acompañaba esa noche.

– Mi vecina... – respondió mirando por dónde Luz había desaparecido.

Hace días no se veían. Lo último que supo de ella, era que ya le habían arreglado el tema de la cerradura.

– Bueno, ¿Vamos? O te vas a quedar acá toda la noche. – lo molesto Zeta, mirándolo pícaro.

Gustavo se volteo rápidamente, y retomo el paso hacia el auto de Pablo que estaba ahí estacionado.

.

Luz se preguntaba quién era aquella mujer, mientras comía helado acostada en su cama y mirando una película que había alquilado en el videoclub.

Después de la "tregua" de la otra vez, creyó que se había acercado un poco a Gustavo.

¿A quién quería engañar? Gustavo le parecía lindo. Su altura, sus rulos, sus ojos celestes, su manera de hablar, su carisma, su voz cautivadora, las canciones que lo escuchaba tocar por la madrugada... Después de hablar de sus vidas y conocerse un poco más, él realmente le había interesado.

Y creyó, por un instante, que lo que sintió ese día, esa pequeña chispa, había sido mutua.

Claramente estaba equivocada. Parecía ser otro mujeriego más. Era obvio, con una banda, siendo el cantante (y lo lindo que era) ¿Qué iba a esperarse?.

Escuchó un maullido en su ventana y se incorporó.

– ¡Basta Vicente, no te voy a dejar entrar!

El gato insistió con sus maullidos, y ésta vez rasgando el vidrio.
Pensándolo mejor, se apenó por el pobre animal. Sabía que Gustavo amaba los gatos por lo que le había contado, y lo cuidaba bien. Pero por las noches cuando salía éste quedaba solo, y ya se le había hecho costumbre ir a su departamento.

Así que se paró resignada, y lo dejó entrar. El gato maullando y ronroneando se paseó entre sus piernas, refregandose en señal de saludo y felicidad de estar con ella.

Luz sonrió.

– Vamos, vení... ¿Te abandono tu papá, otra vez, eh?

Le preguntó riendo. Mientras, Vicente la seguía a la habitación, dispuesto a pasar la noche con aquella muchachita quien comenzaba a apreciar como una dueña más.


• • •

Gustavo volvió a su casa aquella madrugada con un sentimiento extraño. Por primera vez, se volvió mucho antes que los demás, y no había invitado a Vera a pasar la noche, por más que ella había insistido y tirado más de una indirecta.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora