4

607 54 12
                                    

Era viernes por la tarde cuando Luz llegó a su casa después de una larga jornada laboral. Parecía que la noche iba a estar increíble, y mientras se quitaba la ropa pensaba en que podría aprovechar salir con sus amigos, hace días no salían todos juntos para divertirse y pasarla bien.

Se dió una ducha rápida, y al salir a la sala mientras secaba su cabello con la toalla algo llamó su atención.

Frunció el ceño al ver que encima de su bella alfombra turquesa, había materia fecal de gato. Se agachó para corroborar que lo que estaba viendo era real. ¿Y ésto? Se preguntó.

Ella no tenía gatos por el momento, y en el edificio no permitían mascotas. ¿De dónde había salido? 

Maldiciendo re enojada comenzó a limpiar todo. De repente, escucho un maullido. Corrió a la sala en busca del culpable.

Un gato negro de ojos grandes y verdes la miraba sentado en su sillón como si nada.

– ¿Y vos qué haces acá? – le preguntó gritando al gato enojada, como si éste fuera a darle una respuesta.

El gato más bien la ignoro, y se echó dispuesto a dar una siesta. Luz enojada lo sacó de su sillón con palmaditas, y lo echó por la ventana.

– Nota mental, comenzar a cerrar las ventanas. Lo que me faltaba, que se meta un gato en casa... No te la puedo creer.

Rezongaba mientras volvía a arreglarse para salir.

.

Finalmente esa noche salió con sus amigos a tomar algo. La habían pasado re bien, y hasta había llegado a bailar algún que otro tema. Una de sus amigas, Ali insistió en que se quede a dormir en su casa que quedaba más cerca del bar. Luz no tuvo problemas, así que accedió.

Pero como el sábado era uno de los únicos días que tenía para ponerse al día con sus cosas, cerca de las diez de la mañana se despidió de su amiga agradeciendo su hospitalidad, y volvió a su departamento.

Subió las escaleras algo adormilada y maldiciendo no haber dormido unas horas más, cuando llegando al segundo piso escuchó unas risas.

– Llámame cuando llegues... La pasé increíble. –

Era la voz de Gustavo. Se detuvo inmediatamente para evitar encontrarselo, y contuvo la respiración.

– Yo también. Gracias por todo... – dijo una voz femenina. – Nos vemos. ¡Y chau Vicente! – dijo con una voz tierna.

Luz no supo que hacer. Escuchó pasos acercarse a la escalera y una vez más no tuvo otro remedio más que seguir subiendo.

Una mujer alta, morocha y delgada con silueta de modelo paso a su lado con aspecto de recién levantada. Ella la quedó mirando.

Parecía ser todo lo contrario a ella. Que era de estatura más bien baja y algo rellenita. Hizo una mueca, terminando de subir los escalones. Así que Gustavo había pasado la noche con una mina...

Cuando iba a seguir subiendo a su respectivo piso, se encontró al maldito gato negro que estaba la tarde anterior en su departamento.

Abrió la boca en grande señalándolo, y no evitó fruncir el ceño. Aquello tenía que ser una broma. ¡El gato era de Gustavo! ¿Pero como? Si Ricardo especificaba que no se permitían tener mascotas.

Tomándola por sorpresa, la puerta del departamento de Gustavo se abrió.

– Ay, casi me olvidó de... Vos... – terminó la oración encontrándose con luz a unos metros en el pie de las escaleras.

– ¿Ese gato es tuyo? – preguntó enojada.

– Buenos días primero, ¿No? – sonrió de lado levantando al gato del suelo.

En remolinos | Gustavo CeratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora