Capitulo XXVIII: Viento en las velas.

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Pov: Alicia Clark.

Me desperté con el sabor amargo del miedo aún impregnado en mis sueños. La noche anterior había sido un caos. Me incorporé lentamente, tratando de recordar los detalles de la pesadilla que había sido la realidad.

Cuando abrí los ojos, noté que Kal ya no estaba a mi lado. Un escalofrío recorrió mi espalda, pero la preocupación se disipó al verla afuera, enfrentando el amanecer como una guerrera decidida.

—Kal...— Murmuré mientras me acercaba a la ventana, observándola limpiar el desastre dejado por los bandidos.

Ella alzó la vista y me dedicó una sonrisa cansada pero reconfortante.

—Buenos días, dormilona. No quería despertarte, necesitaba ocuparme de esto primero.

Salí de la cama y me uní a ella en el exterior, donde los cuerpos yacían como recordatorio macabro de la noche anterior.

—Gracias por hacer esto, podría haberte ayudado.— Dije, sintiendo una mezcla de gratitud y pesar.

—No hacía falta Lisha.— Respondió Kal, su tono tratando de restar importancia a la violencia que acabábamos de presenciar.

Juntas, arrastramos el último de los cuerpos hasta un lugar más apartado y donde había  cavado un hoyo  como tumba improvisada. El silencio entre nosotras se llenó con el sonido de la tierra siendo repuesta y el viento susurrando susurros tristes.

Cuando terminamos, Kal se dirigió hacia la camioneta de los bandidos. La exploró con determinación, extrayendo lo que pudiera ser valioso para nuestra supervivencia.

—Mira esto. Agua, comida... armas, y unas cuantas municiones. Creo que nos vendrán bien.—Dijo, levantando una caja llena de suministros.

Asentí, agradecida por su habilidad para encontrar esperanza en medio de la desesperación. Regresamos al campamento y Kal se puso a trabajar en la cocina.

—Después de lo de anoche, creo que mereces un buen desayuno, bonita.— Dijo Kal con una sonrisa.

Observé mientras preparaba algo que parecía una mezcla de latas y vegetales. La comida no era gourmet, pero el simple acto de compartirla con Kal le daba un sabor especial.

—Gracias, Kal. Por todo.— Le dije, sintiendo un nudo en la garganta.

Ella se sentó a mi lado y tomó mi mano besando el dorso de esta.

El sol de la media mañana arrojaba destellos dorados sobre las aguas del puerto. Kal y yo nos movíamos con determinación por el pequeño muelle, preparándonos para zarpar. La brisa salada acariciaba mi rostro, trayendo consigo un recordatorio de que teníamos una nueva esperanza.

 —¿Listas para la travesía, capitana?— Preguntó Kal, ajustando las velas y asegurando las cuerdas con experiencia marinera.

—Sí, más que lista.— Respondí, admirando cómo Kal manejaba la embarcación con destreza.

Subimos a bordo, y el suave balanceo del yate bajo nuestros pies fue como una bienvenida familiar. Aunque nuestras vidas se habían convertido en una sucesión interminable de desafíos, el océano siempre había sido nuestro refugio desde que esto empezó.

—Entonces, ¿Cuál es nuestro destino, oh intrépida navegante?— Pregunté, jugando el juego de la imaginación.

Kal miró hacia el horizonte con una sonrisa traviesa.

—Rumbo al Noreste, costeando Virginia. Y, quién sabe, tal vez encontremos un tesoro oculto en algún lugar de la costa.

Nos dirigimos hacia el timón, y con un giro decidido, el yate comenzó a alejarse del puerto. Las aguas azules se extendían frente a nosotros como un lienzo de posibilidades.

Cenizas del Mundo Muerto (Alicia Clark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora