XVI

96 15 0
                                    

     No sabía cuánto tiempo llevaba nadando, aunque tampoco le importaba. Hundió la cabeza entera en el agua helada, mojando todos y cada uno de los pelos de su cabellera.

     Se lo desenredó lo mejor que pudo tan solo con las manos, después de haber estado quince días en el estado en el que había estado apenas reconocía su propio pelo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, disfrutando realmente aquel momento.

     ¿No podía el tiempo simplemente detenerse? ¿No podía permanecer allí por siempre, en vez de regresar a aquel poblado? No le importaba el frío que afectaba a sus huesos o tener las yemas de los dedos arrugadas por el rato que llevaba en el lago. Solo quería desaparecer de aquella tribu, volver con sus hermanos, regresar a España, a su hogar...

     Aún no perdía la esperanza, incluso después de estar medio mes rodeada de esa gente.

     ¿Por qué se obsesionaban con mantenerla en la tribu? Ni siquiera le prestaban atención la mayor parte del tiempo, como en ese instante: las dos chicas conversaban a orillas del lago, ofreciendo rápidas miradas al agua cada cierto rato simplemente para asegurarse de que Elvira aún seguía allí.

     Y el jefe... Sí notaba su mirada seguirle de un lado a otro del lago, sentía cómo sus ojos no abandonaban su figura, y aquello le ponía nerviosa. ¿Qué le llamaba tanto la atención? ¿Sería acaso las diferencias visibles de su aspecto? ¿O tal vez sentía curiosidad por su lengua o la forma en la que se comportaban los españoles? Si era aquello podría haberse dedicado simplemente a observar las misiones desde lejos. Y, sin embargo, aquel indio había reducido una misión entera a cenizas, matando a la mayoría de españoles y neófitos que allí había.

     ¿Por qué Elvira no había tenido esa suerte? Se hacía esa pregunta todos los días, y varias veces. Aunque no tenía sentido alguno continuar haciéndosela; debía comenzar a idear seriamente un plan de huida...

- ¡Elvira!

     La joven elevó la cabeza nuevamente al escuchar su nombre. Había sido evidente quién le había llamado, la voz grave y ronca le delataba. Antes de ver al jefe de pie sobre la piedra en la que se había sentado, Elvira notó que el sol había descendido bastante en el cielo. ¿Cuánto tiempo había estado en el lago?

     Las dos chicas indias le esperaban en la orilla del lago con una de las prendas que llevaban las mujeres de la tribu, prenda que Elvira se negaba a ponerse. Se puso en pie y comenzó a caminar hasta la orilla. El camisón de algodón, empapado en todas las fibras, se pegaba a su cuerpo y Elvira estaba segura que dejaba entrever su piel de abajo. Salió deprisa, luchando por ignorar la mirada tan intensa de aquel salvaje que le observaba desde cierta distancia.

- No pienso ponerme los vestidos esos que lleváis, seguiré con mi ropa hasta que se descomponga y me resulte imposible llevarla. - Explicó la joven a las chicas indias, sin esperar que le comprendiesen y mucho menos respondiesen. - Sin embargo, quiero una manta...

     Elvira tuvo que hacerse ella misma con una manta que llevaban las jóvenes. Supuso que estaría hecha a base de piel de algún animal, posiblemente un oso. Se rodeó con ella, intentando darse algo de calor. El agua helada del lago aún presente en el camisón le seguía mojando la piel y el frío traspasaba todas las barreras hasta llegar a sus huesos y calarle el pecho. 

- Xehkihmo. - Ordenó el jefe indio, que se había acercado a ellas en cuestión de segundos y sin apenas hacer ruido. 

     Las dos jóvenes comenzaron a caminar, Elvira supuso que de vuelta a la tribu, pero ella permaneció inmóvil en el sitio.

- No quiero volver. - Comenzó a explicar, sin fuerzas para intentar comunicarse con ellos. - Quiero quedarme aquí más tiempo; me volverás a atar a ese tronco. Tengo los brazos llenos de hematomas y la piel descamada, es cuestión de días que tengáis que amputarme ambas extremidades y no quiero pasar por eso. Así que no, yo no voy, me quedaré aquí.

     Para poder expresar con gestos lo que decía con palabras, Elvira se dejó caer hasta el suelo, sentándose con las piernas pegadas al pecho y envolviéndose mejor con la manta, con la esperanza de poder generar algo de calor. 

     Nollkaku reflexionó rápidamente, comprendiendo lo que Elvira había querido decir. Con una simple mirada ordenó a las dos chicas indias que reanudasen su regreso a la tribu; mientras, él se acercó a Elvira y se acuclilló hasta quedar prácticamente a su altura.

- Xehkihmo. - Repitió, con seriedad, señalando el sendero que llevaba de regreso al poblado.

- No. - Rebatió Elvira, dedicándole una mirada de odio profundo y señalando el suelo bajo sus pies. - Me quedo aquí.

     No se movería, no regresaría hasta bien entrada la noche, cuando no le quedase más remedio que resignarse al destino que aquellos salvajes le habían impuesto y tuviese que volver a la cabaña con el tronco en el medio. Pero aprovecharía todos y cada uno de los minutos que aún le quedaban en ese lago, el indio tendría que arrastrarle a la fuerza si quería que ella regresase.

     Para sorpresa de la chica española, Nollkaku dejó escapar un resoplido, más parecido a un bufido animal, y se sentó al lado de ella, pasando a observar el agua del lago con semblante serio y mirada profunda. 

- Claro, no vayas a dejarme sola, vaya a ser que me escape. Como si fuese tan fácil volver al presidio. Estamos rodeados de árboles, de hierba alta y de infinitud de animales que podrían acabar con mi vida antes incluso de que pudiese pestañear. Odio esto. Odio América, odio estar rodeada de naturaleza. Y, sobre todo, os odio a vosotros. 

- Haxma.

- Estoy harta de escuchar y no... 

     Elvira giró el rostro hacia el indio para ofrecerle una de sus miradas caracterizadas por transmitir desprecio, pero se cruzó con unos ojos almendrados del mismo color que las avellanas, adornados con vetas amarillentas. Parecían los ojos mismos de un zorro, analizando astutamente a su presa antes de abalanzarse sobre ella.

- ... comprender nada... ¿Se puede saber por qué me miras así?

     No tardó en recomponerse de tan intensa mirada y regresar a su temperamento habitual, desviando su vista y con ella su atención de aquel salvaje. 



Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora