XVIII

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27 Noviembre 1775

     Habían pasado siete noches y siete días y Elvira no había despertado del delirio febril en el que se había sumido.

     La alta temperatura de su cuerpo había ido disminuyendo progresivamente sin embargo, aunque sin que fuese suficiente para que los párpados que mantenían ocultos esos ojos de serpiente se abriesen.

     Nollkaku la había llevado a la cabaña de sanación, donde los más sabios de la tribu trataban a todos los heridos y donde pocas de las mujeres más mayores atendían y cuidaban a los más débiles. Sabía que allí estaba en buenas manos y que era imposible que la joven se escapase. Y aún así, el líder de la tribu no podía pasar más de medio día sin ir a visitarla.

- Tu alma no está con la tierra, Nollkaku.

     Hěng xǔk era el único que podía reprender al jefe de la tribu. Era el hombre más mayor y el más sabio de tosa la tribu y se habia hecho cargo de la educación de Nollkaku desde la muerte de su padre.

- Siempre está.

- No ahora. Se va alejando cada vez más y se junta al alma de la blanca.

     Nollkaku enmudeció, no podía llevarle la contraria, Hěng xǔk siempre lo veía todo, siempre lo sabía todo.

- La obsesión no es buena.

- No estoy obsesionado.

- Nollkaku, tú ya sabes la verdad. Tu mente está ocupada por la chica. No quiero que pase a invadir tu corazón.

- Si sus ojos se abren, que me avisen.

     Nollkaku salió de la cabaña con un murmullo pesado en la cabeza. Hěng xǔk siempre llevaba razón, y eso era lo que le preocupaba: si él decía que la chica blanca estaba en su mente es porque era verdad, y Hěng xǔk lo había visto.

     Y, aún sabiéndolo, no podía evitarlo. Deseaba que despertase, deseaba volver a ver esos ojos verdes de serpiente. Pero, sobre eso, deseaba que su piel fuese oscura, que hubiese nacido en su poblado, que fuese una de ellos.

     Hacía tiempo que la mente del jefe indio no estaba tan revuelta, más concretamente desde el primer día en que vio a uno de esos monstruos blancos por primera vez. Había sabido que le traerían problemas, que acabarían con la paz con la que habían vivido tantos años.

     Lo que Nollkaku no se había esperado era que, precisamente, una de esos demonios blancos se infiltrase en los recodos de su mente y se aderiese a ella con tanta fuerza.

     El hombre decidió descuidar sus obligaciones como líder durante unas horas, vagando por la maleza sin un rumbo fijo, dejando que la propia naturaleza le guiase. Esa era su forma de calmar los pensamientos que corrían veloces como gacelas en el interior de su cabeza, así podía descansar de la preocupación constante que le atosigaba cada vez más.

     Regresó al poblado bien entrada la noche, cuando la luna ocupaba el punto más alto del cielo y los ojos de los búhos se dejaban ver entre las hojas de los árboles.

     Apenas decidió no visitar a la joven de tez blanca aquella noche, para evitar apegarse más a ella, cuando un joven del poblado se le acercó casi a la carrera desde la cabaña de sanación.

- Nollkaku, la chica ha despertado.

- ¿Cuándo?

- En la tarde. Hěng xǔk ha conseguido darle de comer y beber. No ha vuelto a dormir desde entonces.

     Con un ligero asentimiento de cabeza se despidió del joven y reanudó su marcha tras cambiar el destino.

     Le recibieron aquellos ojos de serpiente que tanto había querido ver los últimos días. Su dueña tenía un aspecto pálido y enfermizo, más que de costumbre. Sin embargo, no pudo ocultar una sonrisa al percibir que aquellos ojos permanecían igual de vivos a como recordaba.

     Hěng xǔk no estaba en la cabaña. De hecho, solo una mujer, ya anciana, permanecía apoyada en una de las paredes, dormitando. La chica blanca estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared contigua a la que utilizaba la mujer para dormir.

     Podía haber escapado. No estaba atada, no había nadie vigilándole atentamente, él no habia estado presente en muchas horas, podría haber huido... Pero estaba allí. Permanecía allí, observándole con cierto recelo pero sin fuerzas para transmitir odio.

- ¿Estás bien? - Preguntó, agachándose hasta que sus ojos se encontraron a la misma altura.

     Sabía que no le entendería, lo sabía, pero no perdía la esperanza: algún día, por mera repetición, acabaría comprendiendo sus palabras, y él las de ella.

     La joven ni siquiera le respondió en su lengua, se resignó a permanecer con la vista fija en su rostro, examinando cada mínimo movimiento, cada mínimo detalle, sin muchas fuerzas.

- ¿Tienes hambre? ¿Sed? ¿Sueño? - Quiso saber Nollkaku.

     No obtuvo respuesta. Y entendió que no la iba a obtener aunque permaneciese toda la noche haciéndole preguntas.

     Se dejó caer hasta acabar sentado en el suelo, cruzando las piernas. Elvira seguía vistiendo aquella especie de vestido blanco, que había ido perdiendo el color cada día más, hasta quedar de un marrón claro. Bajo este Nollkaku podía apreciar que tenía frío, lo había percibido desde el primer día, pero ella no quería vestir las ropas de su tribu y eso era lo único que él podía ofrecerle.

- ¿Por qué es tan difícil? - Preguntó en voz alta, aunque la pregunta iba dirigida hacia él mismo, hacia el cielo.

     Permaneció en la cabaña, sentado, observando esos ojos de serpiente hasta que la chica se vio vencida por el sueño. Cuando eso ocurrió, Nollkaku continuó a su lado, vigilando en todo momento que respiraba y dispuesto a estar en el mismo punto para comprobar que volvía a despertar por la mañana.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora