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     Elvira se acercó a la jaula en la que habían encerrado a Nollkaku. Era una estructura relativamente pequeña hecha a base de troncos y cuerdas que se encontraba a pocos metros de la misión, cerca del bosque.

- ¿Por qué no estás fuera? Puedes escapar.

- No quiero escapar solo. - Respondió el jefe indio en voz baja. Su tono grave le indicaba a Elvira que aún no había podido aclarar sus pensamientos.

     En la oscuridad de la noche la joven apenas podía ver dónde estaba Nollkaku, hacia dónde miraba o si estaba sentado o de pie. Aún así, aún sin poder depender del todo de su vista, era capaz de responder las preguntas que se había hecho gracias al resto de sus sentidos. Era otra de las muchas cosas que Nollkaku le había enseñado.

     Se agachó hasta quedar de rodillas en el suelo frente a una de las paredes de la jaula e introdujo la mano ligeramente, para ofrecerle al jefe indio el par de trozos de carne que había podido conseguir sin que le atrapasen.

- Toma.

- No tengo hambre.

- Después tendrás hambre. - Elvira dejó en el interior de la jaula la carne, sin importarle tener que dejarla en el suelo. Si era tan cabezota que no quería comer, ese era problema suyo, no de ella.

- No voy a comer comida de blancos.

- Si yo hubiese hecho lo mismo habría muerto.

- Nuestra comida no es mala.

- La nuestra tampoco.

     Elvira escuchó un suspiro pesado escapar de Nollkaku y supo que aquella pequeña conversación había finalizado. No le alegraba, sin embargo, porque sabía que eso daba pié a una conversación más seria, a lo que realmente querían saber el uno del otro.

- ¿Por qué estás aquí?

- Porque te amo, Elvira. Y amo a Kuyem lyit. ¿Por qué estás tú aquí? ¿Por qué escapaste? ¿Por qué me dejaste y te llevaste a nuestro hijo?

     Elvira sintió cómo la fuerza que normalmente le acompañaba flaqueaba, cómo su resistencia menguaba ante la sinceridad de las palabras de Nollkaku. Sintió una necesidad casi inexplicable de explicarle todo con riguroso detalle, de intentar comprender sus sentimientos a medida que hablaba...

- No había nadie vigilando. Ignacio se levantó a buscarte y no estabas. No había nadie y yo pensé...

- ¿En huir? ¿En llevarte a nuestro hijo lejos de mi?

- Quería volver a casa. Siempre quise. Ahora quiero que Ignacio venga conmigo.

- No te vayas, Elvira, no te lo lleves. No te vayas...

     La española percibía la desesperación en la gravedad del tono de voz de Nollkaku. Cada palabra, cada súplica, parecía ser el último aliento de aquel hombre acostumbrado a pelear y ganar sus batallas.

     Si las circunstancias hubiesen sido diferentes... Tenía claro que su decisión también habría cambiado. Pero en aquel momento, arrodillada frente al hombre que había cambiado su vida por completo, no era capaz de pensar otra solución que no fuese regresar a su país natal.

- Voy a España. Ignacio viene conmigo. - Sentenció, hablando despacio y mirando fijamente a un punto en la oscuridad en el que suponía que se encontraban los ojos de Nollkaku.

     El indio no dijo nada; ¿Qué más podía decir? Si le había abierto su corazón desde el principio, si le había rogado que permaneciese con él, si habua intentado todo lo posoble poeque nl se alejase de su lado... Y aún así no había podido.

     Se alejó todo lo que pudo de Elvira y dejó descansar su espalda en los barrotes, algo endebles para él, de la jaula en la que le habían encerrado. En la oscuridad de la noche podía percibir aún los brillantes ojos de la joven, aquellos ojos que le habían cautivado desde el principio, los que le habían robado el corazón, la mente y todo su ser.

     Sabía que no podía hacer cambiar de opinión a la chica, sabía que era libre cómo el viento y que nadie podía controlarla pero, a pesar de saber todo aquello, no podía evitar creer que no había hecho suficiente por ella y por su hijo. Kuyem lyit, no quería despedirse de su hijo, no quería que Elvira le alejase de él y, sin embargo, estaba dispuesto a dejar a Elvira operar como gustase, pues le amaba demasiado.

- No dejes que Kuyem lyit olvide a su padre. - Comentó el jefe indio, a modo de despedida.

     Aunque en realidad quiso haberle dicho que no dejase que olvidase sus orígenes, de donde procedía, su pasado y su historia, las costumbres que había aprendido en sus pocos años de vida y todos los conocimientos que su padre y toda la tribu habían podido transmitirle.

     Quiso decirle también que le amaba, a ella y a Kuyem lyit, pero algo que había repetido muchas veces y a Elvira parecía separarle cada vez más siempre que lo escuchaba.

     Quiso decirle que tuviesen cuidado, que no dejase que a su hijo le pasase nada, ni a ella. Quiso decirle que le echaría de menos cada día y le recordaría cada noche junto a la luna, que oiría su risa en el viento y vería su rostro en el cielo.

     Quiso decirle demasiadas cosas que no acabaron saliendo, bien por la tristeza que oprimía su corazón o por el resentimiento que oscurecía su mente, no llegaba a tenerlo claro.

     Observó cómo la española asentía despacio y se marchaba, no sin antes dedicarle una última mirada. Significativa,tranquila, profunda. Una mirada de despedida.

*  *  *

     La carta necesaria para la vuelta de Elvira a España llegó tan solo dos días después del encuentro con Nollkaku.

     En ese tiempo no había podido evitar que su hijo estuviese rondando la jaula día y noche y tampoco fue capaz de hacerle atractiva la idea de ir a España.

     Sin embargo, y por mucho que le doliese, el día de partir acabó llegando e Ignacio no consiguió permanecer en América junto a su padre.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora