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- Ihaqx wihrais.

     Elvira evaluó rápidamente el aspecto de la cabaña a la que el jefe indio le había llevado. Aquel día había hecho demasiadas concesiones: desde ofrecerle una especie de vestido hecho con pieles y fibras para mantenerse más caliente hasta no llevarle a la cabaña del tronco en el medio por la noche. 

     Aquello podía significar un avance, Elvira lo sabía, aunque también le daba miedo: le daba miedo que el indio le prestase más atención y no le dejase a su suerte durante horas como había estado haciendo anteriormente. 

- Ihaqx wihrais. - Repitió Nollkaku, aquella vez con más insistencia aún, empujando, aunque con cierta delicadeza, la espalda de Elvira. 

     La cabaña no era tan espaciosa como la chica se había imaginado en un principio, pero se notaba que era de las mejores pues las paredes y el techo apenas tenían agujeros y contaba hasta con una puerta, que Nollkaku cerró en cuanto hubo entrado tras Elvira. 

     En el interior había una especie de lecho fabricado con grandes hojas y paja, varias mantas de animales y lo que la chica diferenció como un armario pequeño. 

- Ihaqx sawel. 

     Elvira no había entendido lo que le había dicho pero una sombra de temor se reflejó en sus ojos cuando una hipótesis cruzó su mente con velocidad. Antes de intentar razonar con un hombre que no entendía su idioma, y recalcando la palabra "hombre", se dirigió a la puerta con rapidez. 

     No fue una sorpresa que el jefe indio reaccionase en cuestión de segundos y le impidiese salir a la fuga simplemente sujetándole de la cintura. 

- ¡Déjame! ¡No voy a permitir que un indio, un salvaje, me tome! ¡Bájame! ¡Prefiero permanecer mil noches con los brazos atados a ese trozo de madera podrida que compartir lecho contigo! - Elvira chillaba y pataleaba con furia, arañando y golpeando todo lo que se encontraba a su alcance, ya fuesen los brazos de Nollkaku o las propias paredes de la cabaña. 

     El indio no entendía aquella forma de reaccionar, ¿por qué motivo se comportaba así? Había permanecido todo el día tranquila, ¿por qué hablaba tan alto y con tanta rabia en aquellos momentos? ¿Qué había hecho que pudiese haberle enfadado de tal forma? Era incomprensible, un comportamiento típico de los demonios blancos, tenía más trabajo por delante del que pensaba.

     Se acercó a su cama y dejó a Elvira sobre ella, preparado para perseguirle si decidía intentar escapar otra vez. 

     La joven sentía el corazón latirle con violencia y el estómago se le había revuelto de tal manera que hasta llegó a sentir un par de arcadas. 

- No te acerques a mí, te lo advierto. - El intento de amenaza perdió credibilidad en cuanto fue pronunciado, pues lo único que podía hacer Elvira era mirar al indio con rencor y rezar porque no le pusiese una mano encima. 

     Nollkaku se agachó hasta quedar a su altura e intentó acercarse a ella nuevamente. La chica le miraba con odio, podía percibirlo, pero también con temor. Veía cómo sus piernas temblaban con fragilidad y los esfuerzos que hacía en intentar disimular cada centímetro que se movía para alejarse de él. ¿En qué momento había pasado a temerle? Esa no era la chica que recordaba, pero seguía teniendo esos ojos de serpiente. 

- Elvira. - Probó a llamarla, con sutileza, con calma, como cuando hablaba con los ciervos en el bosque o como cuando intentaba acercarse a un oso para justo después arrebatarle la vida. 

     Pareció funcionar. Los ojos de la chica se abrieron algo más y los músculos de su cuerpo parecieron relajarse. Nollkaku aprovechó entonces para aproximarse; fue un movimiento sutil y, sin embargo, no pasó desapercibido para la chica.

- Aléjate de mi. - Susurró Elvira, con la cabeza baja pero sus ojos fijos en los del jefe indio y siseando como si ella misma fuese una serpiente.

     Nollkaku no comprendía sus palabras, le era imposible, no sabía de español más que lo que Elvira le había enseñado. Pero no fue necesario para comprender el mensaje que la joven quería transmitirle.

     Su mirada y el tono bajo y confiado con el que había dicho aquella frase bastó para reflejar que no quería que se acercase a ella. Por ello el jefe indio desistió en su intento de acercar a Elvira, incluso retrocedió, alejándose de ella con más cautela a cuando se había acercado.

     Había sido algo extraño, Nollkaku... Nollkaku había llegado a temer, aunque tan solo por un segundo, a Elvira. Esa mirada... Ese gesto... Sin duda alguna aquella joven era una serpiente.

     Serpiente... Un animal escurridizo  pero inteligente y, lo que más le preocupaba al indio: letal. En los ojos de Elvira había visto determinación: la determinación de quién haría cualquier cosa para conseguir lo que quería.

     La había visto capaz de matar y en su mente había aparecido la imagen de la primera vez que la encontró. La recordó cargando ese arma de acero alargada, dispuesta a enfrentarse a él, dispuesta a matarle si hubiese tenido oportunidad.

       La sensación duró tan solo un segundo, nada más. Aunque un segundo bastó y sobró para dejar un peso nuevo en la mente del indio.

Siete años en AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora